Por Alfredo Leuco |
Integré aquella generación de los que luchamos por el
socialismo. Pero como lo hacíamos por la vía pacífica de las urnas, como
nuestros admirados Salvador Allende o Agustín Tosco, éramos descalificados en
cada asamblea como “reformistas burgueses funcionales al imperialismo
norteamericano”. Nos levantaban el dedito para darnos cátedra de Foquismo I,
mientras construían ese infierno que tan bien describe Gelman porque lo conoció
desde adentro. Los mismos infantilismos irresponsables del extremismo
pragmático hoy nos siguen enseñando con la misma altanería blindada. Hoy la
materia es Emancipación I y los que queremos una sociedad más igualitaria y
libre somos “defensores de las corporaciones monopólicas”.
Algunos actores, son los mismos de aquella época.
Dinosaurios reciclados que se agazaparon, detrás de las instituciones
republicanas que hoy dinamitan. La soberbia desarmada actual también atropella
lo que antes denominaban la partidocracia o la democracia formal y burguesa. No
se acatan las decisiones de la
Corte Suprema de la
Nación en varios casos. Se apela a los aprietes como una manera
de eliminar al enemigo, aunque esta vez utilizan los “fierros” del Estado como la AFIP , los servicios de
inteligencia y la maquinaria propagandística. Se castiga a los disidentes
propios mucho más que a los enemigos externos. Y si no que lo digan Miguel
Bonasso o Esteban Righi. Y a los compañeros de ruta que se abren, como Roberto
Lavagna, Alberto Fernández, la familia Eskenazi o Daniel Peralta, por nombrar
sólo a algunos de una gran diversidad ideológica. Todos cayeron en desgracia.
En los 70 se los condenaba a muerte. Ahora, a la muerte política. Los juicios
sumarios los hacen quienes antes eran, y ahora son, dueños de la verdad
absoluta y de la patria. Por eso no hay rivales ni adversarios. Hay enemigos
que deben ser exterminados. Sin tiros, aunque semejante nivel de clima
vengativo sea plataforma de lanzamiento de algunos gurkas de izquierda como los
que asesinaron a Luis Condorí en Humahuaca. La prueba de parafina confirmó que
los detenidos utilizaron pistolas y las fotos de hace diez días muestran al
jefe de ellos con Milagro Sala, comandante de la Tupac Amaru. El Perro
Santillán, otro al que nadie puede vincular con la derecha, lo atribuyó a “la
impunidad de los que van a las movilizaciones en Mercedes-Benz”. En una semana
cargada de desmesuras que hablan más de sí mismos que de los que critican,
Eduardo Fellner, el gobernador de Jujuy, le quitó responsabilidad al intendente
local porque aseguró que se trató “de una pelea entre privados”. Esa ideología
Skanska debería llenar de indignación y rebeldía a los que defienden sobre
todas las cosas la vida y los derechos humanos. La frase privatizadora del
crimen compite con lo que dijo el ministro Julio de Vido contra Paolo Rocca. El
responsable de los fracasos energéticos y del transporte de la era K, explicó
que el capo de Techint “defiende a las
patronales y nosotros a los obreros”. Ese clasismo declarativo debería ser
contrastado con las opiniones de Hugo Moyano, Pablo Micheli, Víctor De Gennaro,
Jorge Ceballos o Néstor Pitrola. Sobre todo este último, cuya agrupación
padeció en carne propia otro asesinato de otro joven, Mariano Ferreyra por
parte de la patota de José Pedraza, alineado en aquel momento con Carlos Tomada
y ahora con Antonio Caló en la interna cegetista. Pero hubo más definiciones
inquietantes. Axel Kicillof le perdonó la vida a Techint. Fue magnánimo en
decir que podrían fundir a Rocca pero que “no lo van a hacer, pese a que habla
mal del Gobierno”. Paolo Rocca, que hasta hace poco fuera caracterizado como
ejemplo de la burguesía nacional y orgullo de los argentinos por Cristina,
sinceró su pensamiento y pasó a ser “un monopólico que se hizo millonario
gracias a la política antidumping y los subsidios de los Kirchner”. Podrían
declarar de interés público y sujetas a expropiación todas las empresas y
provincias cuyos líderes no elogien a Cristina. Fueron tragicómicas
declaraciones en línea con la cercanía a Dios de la Presidenta a la hora de
fomentar el miedo entre los mortales. Cristina todavía no escribió ningún
libro, aunque virtualmente ya existe una suerte de “Manual de la Destitución de Estado
K”. A Peralta se lo aplicaron a rajatabla. Santa Cruz tuvo tres gobernadores en
seis años y está a punto de tener cuatro. Todos los pusieron y los derrocaron
los Kirchner. Golpes de Estado provinciales que explican por qué le cuesta a
Cristina encontrar un heredero político, un jefe de la CGT Balcarce o un
gobernador santacruceño que esté a su altura. Nadie da la talla. Peralta probó
de su propia medicina. Cometió el pecado de pelearse con la casa matriz de La Cámpora , atendida por su
propio dueño: Máximo. Scioli, Macri, De la Sota , Cariglino, entre otros, se pueden mirar en
el espejo de Peralta. Asfixia económica, cacería mediática de los
paraperiodistas, fogoneo de causas judiciales en su contra; obras y dinero para
intendentes conspiradores, son los capítulos principales del manual.
Pablo Giussani, en su libro en 1984, concluye: “Los
montoneros, afortunadamente, han quedado atrás en la historia argentina, en la
conciencia de los argentinos, y acaso parezca superfluo o anacrónico a esta
altura un intento de estimular aversiones contra ellos. Condenar a los
montoneros ya es en el país moneda corriente, casi una moda, por cierto más
saludable que la moda precedente de ensalzarlos”. Termino con otra cita de Juan
Gelman de aquel turbulento 2001: “La soberbia frecuenta impertérrita los
territorios del oportunismo”. El capitalismo de amigos y enemigos es así.
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