sábado, 4 de agosto de 2012

Moreno sí se va

Por Roberto García
Se despidió Guillermo Moreno. Al parecer, con demasiada anticipación y, quizás, imaginando que la partida no habrá de ocurrir. Soldado al fin, sin embargo, hace 48 horas, en el Mercado Central –y ante sus huestes, bandas, empresarios pymes, asesores, changarines, colaboradores, sindicalistas y otros– confesó su futuro retiro de la gestión (no aludió a otros ministros que lo van a acompañar). Como si esa despedida hubiese sido acordada con la misma Presidenta, quien en el medio del monólogo lo llamó por el celular para invitarlo especialmente a su disertación en la Bolsa de Comercio, ese jueves por la tarde.

No desea Ella que alguien piense que se olvida de sus fieles, aun cuando el proyecto político que interpreta con La Cámpora y su hijo Máximo obliga al desprendimiento de esos leales. Más cuando esas figuras compiten y se enfrentan con quien hoy es la luz de los ojos de Cristina, Axel Kicillof, fiscal económico que utilizó la mandataria en rubros como el cambiario y que se le atribuyen, por la magnitud del daño, a Moreno. Si hay debate, él dirá que consiguió lo que le pidieron: un volumen de dólares que le permite ahorrarse disgustos por este año a Cristina.

Si bien anticipó Moreno su pase al costado durante este año, también señaló que no será inmediato y que el aludido como presunto reemplazante suyo, un allegado de Kicillof de apellido Costa, “todavía está verde”. Un cargo que se repite con varios elementos de La Cámpora en el Gobierno, caso último el de Justicia, donde un todopoderoso caudillejo juvenil, Julián Alvarez, segundo del ministro Julio Alak, no fue convocado para que explicara el cholulismo y la arbitrariedad de los responsables de las cárceles, todos del mismo sector político, que por hacer número o movilizar apelan a cualquier tipo de recurso. Como el de la salida temporal del baterista de Callejeros, luego de que hace escasos meses quemara viva a su mujer, lo que motivó hasta críticas de Raúl Zaffaroni y León Arslanian.

En rigor, esa carencia de horneadas oportunas Moreno también se las endilga al ascendente y ambicioso funcionario que lo cuestiona y expulsa, Kicillof, del que debe creer en lenguaje doméstico que se tostó de afuera pero está blando por dentro. No es el único que piensa lo mismo, a pesar de los casi 42 años del pretencioso delfín. Esa devaluación casi barrial la comparte un arco que va de Julio de Vido (con quien Moreno, a pesar del intercambio de agravios que se cruzaron antes de fin de año, suscribió un acuerdo de no agresión hace un mes) a Diego Bossio, todos temerosos por la afirmación de marxista que Kicillof se atribuye a sí mismo (es lo que dicen quienes lo tratan). Peronistas de reconocido origen, casi enraizados con la primera época del General en algunos casos, envueltos en la consigna “ni yanquis ni marxistas”, se brotan de urticaria cuando sospechan que alguien de izquierda puede rodear, entornar, a la actual jefa espiritual del Movimiento. Sobre todo en tiempos en que a la dama le falta la válvula que le regula el voltaje, especulación técnica derivada de su última intervención quirúrgica. Pero no es esa calificación de marxista la causa que germina en quienes lo objetan: se alteran por su desarrollo terrenal, por la ocupación de áreas y cargos, apropiación de contratos y negocios, por la toma del poder.

No gritan aún los cancerberos de la tradición: tanto en la superficie como en el fondo suspiran con la creencia de que Kicillof es otra de las etapas de enamoramiento de Cristina –palabras de esos protagonistas que el periodista repite–, que se le va a pasar la debilidad, como ya ocurriera con Martín Lousteau y Amado Boudou. También estiman que este proceso de volatilidad es una cuestión de familia y caracteriza incluso al hijo Máximo, quien en su momento había posado sus preferencias en Sergio Massa, se enorgullecía de jugar al fútbol con él (entonces jefe de Gabinete) y hasta de usar unas medias que le había obsequiado. Después, con su padre descubrió que el elegido era un traidor, imputación que guarda en un arcón por las fenomenales mediciones en las encuestas del intendente de Tigre.

Sólo es una cuestión de tiempo la definición en el Gobierno: ¿llegará primero la decepción de Kicillof y su gente o la retirada obligada de Moreno? Las apuestas se inclinan por la llegada a la jubilación del secretario de Comercio. El mismo Moreno y otros hombres del gabinete entienden que el esplendor de Kicillof duraría hasta el año próximo.

Se avecina con la partida de Moreno fiesta en el campo, en De Mendiguren (quien lo tuvo como segundo cuando fue funcionario de Duhalde), en algunos bancos, en las telefónicas y en la rama mercantil, en economistas profesionales y gente bienpensante, todos con la misma sensación de alivio que compartirá Kicillof (a quien Moreno alguna vez echó de su despacho con la amenaza de pegarle), Mercedes Marcó del Pont (casi encerrada en el BCRA, sin consultar a la línea pero confidente de la hija de un economista crítico), Débora Gorgi y Hernán Lorenzino, a quien la bete noire del futuro desertor es fácil imaginar cómo destrataba.

La curiosidad es que la despedida habilitará el dominio y control de Kicillof, un efecto no deseado por los festejantes. Rara avis el funcionario que le pide plata a quien se la quita, que para el optimismo de la señora habla de lo que entra y no de lo que sale y que de Keynes sólo utiliza la canilla del gasto, nunca propicia la fuente del ahorro. Pero esa es otra discusión.

Ahora, en unos meses, el que parte –quizás para hacer política partidaria con sus agrupaciones y candidatearse– es quien sólo dirá, como recuerdo del pasado, “yo siempre fui kirchnerista”. O “nestorista”, para ser más precisos y diferenciar una gestión de otra, por más que la última dice apoyarse en la primera. Como lo dirán, claro, De Vido y otros a quien la juvencia reinante no los contempla para la fase venidera de los cambios.

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