sábado, 21 de julio de 2012

Un minuto más de vida


Por Roberto García
Pocas veces hubo una huelga más inútil que la bonaerense de esta semana, y no por culpa de la intransigencia gremial. Más bien fue por obra y milagro de la zigzagueante Casa Rosada, que primero negó un préstamo y luego, sin explicaciones, lo concedió. Ni que fuera un banco, aunque cobra tasas a la Provincia como los privados. Contradictoria, la ilustre matriz avanzó y retrocedió con su subsidiaria en La Plata al mismo casillero original mientras malgastaban esfuerzos, hacían daño y dejaban alumnos sin clase, entre otras pérdidas absurdas. Sin ningún plan, claro. 

Como decía el Guasón en Batman: “Soy como los perros, ladro y corro a los autos que pasan. Si llegara a alcanzarlos, no sé qué haría con ellos”. Para ser honestos, la descriptiva frase pertenece a un culterano colaborador de Daniel Scioli, cuya calificación casi es una denuncia porque los culteranos no abundan en ese circuito.

Paró entonces el sector público porque no se le abonó en término el medio aguinaldo; exhausto estaba el Tesoro provincial y sin ayuda del Gobierno nacional. Se justificaban la falta de auxilio y el consecuente castigo: el gobernador administra mal, era un “inútil” para Cristina (entre otras lindezas enarboladas), merecía la navaja de la destitución que le acariciaba la garganta. Parte del relato oficial al público. En privado, algún cristinista del círculo rojo agregaba: ahora sí Scioli está fuera del proyecto. Luego de esa confesión, nadie podía reprocharle a Gabriel Mariotto, uno de sus vocacionales verdugos, que afilase la guadaña.

Enfrente, obsesionado en la crisis, Scioli dejó de jugar al fútbol, no se sacó fotos ni asistió a espectáculos; se escapó de los medios, insinuó un disgusto apenas rechazando una invitación de CFK a una inauguración y juraba: “No renuncio ni rompo”. Buscó asistencia financiera de las empresas del juego, consiguió una promesa de liquidez a cambio de extender concesiones, cayó en la baratura de negociar con lo sospechoso que, de repetirse, institucionalizaría en el futuro la trata de blancas o las drogas blandas. Hasta allí llega la imaginación política del subdesarrollo.

Nadie explica el repentino cambio de Cristina, quizás porque a los hombres les cuesta entender a las mujeres. En especial a la propia, y mucho más a esta figura alterna que los instruye, ordena y alinea. A voluntad. Unos se burlaban del pavor de Scioli en la emergencia (indisimulable ante las cámaras), muchos a su vez han sonreído por el temor final de Cristina ante los acontecimientos. Quien, como Ella, al entregar la plata habla de firmar la paz, reconoce que estaba en guerra. Y si nadie entendía ese estado de furia contra el gobernador, que impidió el suministro de dinero hace 15 días (¿la cita deportiva con Moyano, exiliarse a Italia cuando el gremialista desató el paro y el acto en Plaza de Mayo, la charla en la quinta con Lavagna, las entrevistas con De la Sota, el cuchicheo con Alberto Fernández o Sergio Massa, la manifestación de que le gustaría ser presidente si Ella no quiere?), menos comprende la causa que alteró la conducta y habilitó el crédito.

Ese conflicto, el no pago del medio aguinaldo, ¿perjudicaba en las encuestas a Cristina más que a Scioli? ¿Es mejor aparecer clemente que contundente? ¿Costaba más caro hacerse cargo con Mariotto de la gobernación que aportarle al titular los menores fondos requeridos? ¿Conviene desangrar al gobernador y no extirparlo? ¿La salida de Scioli ante otros jefes provinciales conduce al sometimiento o a la rebelión? ¿Son tantos los problemas económicos que se precipitaron (como el disparate del dólar) que conviene postergar una traumática decisión? ¿Acaso se le arrancó al ocupante de La Plata un compromiso que no deseaba, como por ejemplo mostrarse con un cartel que dijera “Clarín miente”? Infinitas las interpretaciones, y dos certezas: elemental recordatorio infantil de que moverse en terreno anegadizo promueve el hundimiento; y al Gobierno, luego de acorralar a sus enemigos, le cuesta rematar. Son muestras Clarín, Magnetto, Moyano, Macri, ahora Scioli. Extraño en quienes hicieron gala de la vía rápida y expeditiva.

El desenlace –a pesar del rostro mustio y la mirada perdida en el horizonte de Scioli– se sospecha que lo benefició: en su caso, un minuto más de vida lo vuelve de amianto. A Ella no se le descubre el rédito luego de haber operado en contra, aunque sí actuó como piedra de toque en la coraza sciolista: le impuso la raya en el oro de mal administrador, ese emblema del que él presumía al repetir “gestión, gestión”, como si ese atributo lo acompañara tanto como el “trabajo, trabajo”, “dar la cara”, “estar con la gente” u otras frases publicitarias. Quizás empiece Cristina una tarea de demolición en ese sentido, a arrebatarle slogans, vaciarlo, como si un gobierno fuera menos frívolo que el otro. Como si Scioli solamente se inquietara –lo que parece cierto– por producirse, enfrentar y conciliar con la prensa, entregarse al vulgo de los artistas populares, al revés de CFK. Cuando Ella, claro, también se esfuerza por las impecables apariciones públicas, por el rating, la mise en scene de sus actos, las invocaciones premeditadas o el aparato colectivo que la acompaña.

Finalmente, tanto se parecen –aun en las dificultades económicas– como en las formas de conducir. Uno es el gobierno de Daniel, el otro el gobierno de Cristina. Nadie más en la cartelera, a ver si surge un Cavallo, por ejemplo, que robe espacio por controlar la inflación. Mejor soportar la inflación. Esa condición mutua de la personificación y el endiosamiento no admite figuras destacadas en el elenco, se nutre más bien de un cuerpo estable, liso, dispuesto a la obediencia y al ejercicio de levantar las manos cuando se lo indican.

No deben ser todos mediocres, aunque más mediocres parecen aquéllos que, admitiendo un coeficiente superior, se lamen a sí mismos en la sumisión, sin atreverse a una objeción, a una autocrítica o a una crítica interna, pasando el tiempo por el placer misterioso de la permanencia en un cargo público. Como si ésa fuera la política, como si ése fuera el poder.

Si ellos pasan el tiempo con la fantasía del proyecto o la revolución o el cambio histórico, quienes no participan y miran a su vez pierden el tiempo, se lastiman. Le toca a la mayoría. Tal vez haya suerte y Cristina, al igual que Scioli, cuando una vez al año interrogue a sus contadores –cuando éstos le arman sus declaraciones juradas– se le ocurra preguntar la razón por la cual sus activos pierden cada día más valor. Como al resto.

No es porque el mundo se les cayó encima.

© Perfil

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