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domingo, 18 de mayo de 2025

La mentira como única verdad

 Hannah Arendt. Pensadora que se negaba a considerarse filósofa.

Por Sergio Sinay (*)

El uso y el efecto de la mentira en la política es un tema que preocupó especialmente a Hannah Arendt (1906-1975), la esencial pensadora alemana que se negaba a considerarse filósofa, a pesar de haber sido una de las intelectuales que más aportaron a la comprensión de temas decisivos, como la responsabilidad, el acto de gobernar o lo que ella llamó la banalidad del mal (una capacidad perversa que, según advirtió, anida en todas las personas, incluidas las más insospechables). En Verdad y mentira en la política, un tomo que recoge varios de los ensayos que dedicó a la cuestión, aparecen reflexiones muy valiosas para abordar en tiempos de noticias falsas, realidades intervenidas y desvirtuadas y una desfachatada manipulación (o negación) de la verdad desde el poder.

Aunque se considera que algunas son blancas (las que se emiten para hacer un supuesto bien), que otras son piadosas (para no lastimar o ahondar heridas dolorosas), que algunas son simples omisiones, que otras son solo exageraciones, y que también existen las compulsivas (mitomanía), lo cierto es que, por una u otra razón, no hay quien no haya mentido alguna vez. Negarlo es, en sí, una mentira. Y, como pensaba el psicólogo austríaco Alfred Adler, “una mentira no tendría ningún sentido a menos que sintiéramos la verdad como algo peligroso”. Acaso esto explique la compulsión de Javier Milei y sus feligreses a considerar que todo aquello que contradiga sus relatos y delirios sea considerado mentira (aunque se apoye en pruebas). La reacción ante esto suelen ser insultantes peroratas en las que se disparan mentiras propias para rebatir los que se consideran falsos argumentos ajenos. Quien se cree dueño de la verdad solo admite la propia y ve como hereje a quien no la comparta. De eso se alimentan los fanatismos y, cuando se cuenta con herramientas, con medios y comunicadores serviles para imponerlos, así nacen los relatos del poder. “Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada”, decía Arendt. “Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira tampoco puede distinguir entre el bien y el mal, y con gente así se puede hacer lo que se quiera”. Para esta pensadora, quien miente y además cuenta con poder tiene una gran ventaja sobre quien dice la verdad, ya que su mentira se presenta como un relato coherente y repetido, mientras que la verdad es siempre contradictoria, sorprendente y compleja. Además de no tener remedio, según se sabe.

“La mentira siempre fue vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no solo de los políticos y los demagogos, sino también del hombre de Estado”, advirtió Arendt. El que miente sabe que miente, que oculta cartas o que distorsiona la realidad, mientras que el que dice la verdad pone todo su juego a la vista. Cuando el periodismo hace esto desata la furia del rey desnudo y recibe sus maldiciones. Lo mismo vale para intelectuales que, como corresponde a su condición, no se afilian al poder, para economistas que presentan conclusiones discordantes con el relato oficial, para artistas cuyas obras no son funcionales a ese relato o para analistas sociales que observan y describen lo que se trata de negar. En un ensayo sobre esta faceta de Arendt publicado en la revista digital El vuelo de la lechuza escribe el filósofo español Carlos Javier González Serrano: “La política se ha devaluado hasta el punto de que la hemos convertido en un mero oficio en el que la mentira, la falsificación o la demagogia se justifican para alcanzar el poder. Un poder que ya no es político, es decir, humano, sino más bien económico y degradante”. Fin.

(*) Escritor y periodista

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