viernes, 12 de noviembre de 2021

Comer, pensar

 Por Manuel Vicent

Si fuéramos animales rumiantes como algunos herbívoros nos daría tiempo a pensar en lo que comemos, puesto que comer no consiste solo en masticar sino también en ensalivar el alimento con el pensamiento. En este caso, al llevarse un pedazo de pan a la boca un comensal sensible debería pensar en el labrador que sembró ese trigo, en el jornalero que lo segó, en el molinero que lo molió, en el panadero que lo amasó y en el grado de amor, de sacrificio o de explotación con que cada uno ejerció su trabajo.

Si el comensal fuera un poeta debería imaginar que esa fruta que estalla en su boca fue una flor en primavera y ese vino que resbala por la lengua fue un racimo dorado y ese aceite virgen fue la luz de los ojos de la diosa Minerva, sin olvidar que la mayor ganancia de su cultivo se la han llevado los intermediarios.

Si supiéramos con todo pormenor el camino que han recorrido ciertos alimentos, por ejemplo, una chuleta de cordero antes de llegar a la mesa, no habría estómago que lo soportara, de modo que frente a la basura que nos vemos obligados a comer sería bueno volver a rezar como hacían los burgueses antaño. Al elevar en el restaurante la cuchara y el tenedor a la boca uno debería pensar que está atado a la cadena de miles de personas que los han usado previamente y han depositado en ellos su karma.

Por otra parte, ya se sabe, el cuchillo sirve lo mismo para cortar la tarta de cumpleaños que para poner fin a una reyerta. En medio de una sobremesa acalorada en que se discute de política puede que un comensal de izquierdas o de derechas suelte gotículas de saliva que después de volar por el aire vienen a caer en tu plato cargadas de ideología.

De hecho, si te las tragas envueltas en la sopa deberás imaginar qué pasará cuando esa crispación entre a formar parte de tu sangre. Ante el alimento de cada día, pensar o no pensar, esta es la cuestión.

© El País (España)

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