sábado, 14 de agosto de 2021

Patria tumbera o patria tilinga: una campaña electoral que refleja la decadencia argentina

 El candidato mortero y el pelo del Colorado Santilli son solamente algunas
muestras de la liviandad de la política argentina.

Por Claudia Peiró

Orgulloso de su populismo, el oficialismo promueve la Patria tumbera. Con fondo de cumbia anuncian “mucha más cultura” para José C.Paz…

Mal que le pese a Ernesto Laclau, populismo es sinónimo de demagogia, inmediatez, asistencialismo que no saca a la gente de la pobreza y avasallamiento de las instituciones. La definición es del papa Francisco; para el que no la leyó, está en su última encíclica, Fratelli tutti.

Por eso los populistas se remiten al cumbiero L-Gante en discursos y spots de campaña. Y en la misma línea, el Presidente, reconociendo que la marihuana hace daño, dice ¿por qué tiene que ser ilegal? “Hay gente que la pasa bien dañándose”, fue su reflexión. Un precandidato ex ministro de Salud propone en la misma línea “un uso recreativo” de la droga...

El programa es pudrirle la cabeza a los jóvenes; total, la mayoría ya está en la pobreza, con poca expectativa en el horizonte.

Del otro lado, la patria tilinga infantiliza la campaña tiktokeando. Imposible imaginar mayor subestimación del electorado.

Entre ellos estallan disputas internas que son para alquilar balcones. Unos tratan a otros de mitómanos pero siguen en el mismo espacio. Lo que confirma que están juntos por el cargo.

La ausencia de una plataforma de ideas hace que en la alianza política opositora convivan dirigentes que propusieron regalar Malvinas con candidatos que quieren una ley para que no ingresen al Congreso representantes que desconozcan el reclamo soberano de la Argentina sobre las islas.

Su autoridad para criticar lo que ayer toleraron es nula. Nepotismo y corrupción (habilitaron por decreto el blanqueo de fondos para parientes); institucionalidad (también por decreto quisieron nombrar jueces supremos); venden indiscriminadamente espacios verdes para presuntos negocios inmobiliarios, etcétera, etcétera; son incongruencias que minan toda credibilidad.

Después tenemos a la izquierda, cuyo programa es como la carta de un niño a Papá Noel: piden lo imposible porque saben que nunca estarán en situación de tener que aplicar lo que proponen.

Luego vienen algunos “disidentes”, que tampoco parecen tener nada que decir, entonces unos en sus spots muestran a cónyuges y amigos -también con fondo cumbiero que es su idea de lo popular-, y otros no tienen más remedio que remitirse a Cristina, porque sólo existen a partir de la entidad del otro.

En este marco, el candidato del mortero es sólo el detalle que confirma el cuadro de liviandad e irresponsabilidad en el que se mueve la política en un país al borde del colapso social.

Recordemos que, en pleno auge del populismo, miles de personas marcharon de Liniers a Plaza de Mayo para pedir trabajo.

La campaña, entre tanto, confirma que sólo hay una oposición electoral y no política, porque los opositores no proponen nada.

La campaña confirma también la declinación argentina, que su clase política encarna y representa muy bien; tanto como no encarna el patriotismo, la voluntad de servir, de unir a los argentinos y de reunir inteligencia para sacar al país del estancamiento.

En las últimas décadas, Argentina pasó de ser tierra de inmigración a país que expulsa a sus hijos.

De cara al mundo, abandonó el liderazgo de concepto, con el que en el pasado llegó a marcar rumbo en muchas instancias geopolíticas, para pasar a la intrascendencia y al aislamiento.

De granero del mundo, potencial fabricante de alimentos para millones de personas, a la guerra popular y prolongada contra uno de los sectores más dinámicos y competitivos de su economía.

De vanguardia educativa indiscutida a no poder enseñar a leer y escribir en primer grado y a que un 50 por ciento de estudiantes egresen del sistema obligatorio sin comprender lo que leen.

De una situación de virtual pleno empleo (2,7 por ciento de desocupación en 1974) a más de 10 por ciento de desempleo en la actualidad y a una informalidad laboral cercana al 45% por ciento.

De país con una clase media pujante a una pobreza que afecta a más del 40 por ciento de los argentinos: 20 millones de pobres. Y un nivel de indigencia de 7,8 por ciento.

De país pionero en materia de derechos del niño a país de niños pobres; lo es casi el 60 por ciento de los argentinos menores de 14 años.

En los últimos 60 años, la inflación promedio anual fue del 64,1%. La proyección de la inflación acumulada entre enero y julio de 2021 (25,3%) indica que se terminaría el año arriba del 45 por ciento.

Entre 1950 y 2020, pasamos el 34 por ciento del tiempo en recesión.

Ahora, llevamos diez años de estanflación.

En estos días se recordó el Bicentenario de la Universidad de Buenos Aires, institución que todavía nos enorgullece y nos prestigia ante el mundo. Pero es un milagro que esa institución venga resistiendo a administraciones sospechadas de venalidad por un lado y por el otro a la ideologización y partidización exacerbada de que ha sido objeto en los últimos años, en particular en algunas facultades.

Poco a poco, la gangrena se extiende a todo el cuerpo social.

Las prioridades de los políticos los configuran como marcianos: penes de madera, legalización de la marihuana… se combinan con la incertidumbre en la llegada de las vacunas, la imprevisibilidad para cualquiera que se aventure a viajar -ese pecado-; por no hablar de la incertidumbre mayor, la del futuro económico.

En este marco, ¿qué esperanza pueden despertar estas elecciones?

La insustancialidad es el elemento común de todas las ofertas.

Los precandidatos están tan vacíos de ideas como huecos de sentido son los nombres de los “espacios” desde los cuales compiten. “Vamos con vos”, “Frente de Todos”, “Juntos por el cambio” -o sus derivados: “Juntos” o “Juntos podemos más”, etcétera.

La palabra “espacio” no podía ser más apropiada a la falta de identidad política. Espacio no obliga a la uniformidad de ideas ni mucho menos a la formulación de un modelo de país.

Varios candidatos fueron elegidos por su facilidad de palabrala política necesita de sofistas porque la realidad es tan evidente que sólo pueden ganar en el plano de la palabra. Por eso toman la delantera en desafiar al debate: la batalla la quieren librar en el nivel semántico.

Eso sí, algunos la van a tener complicada para justificar la manifiesta inconducta presidencial en cuarentena. Esa violación flagrante del aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) en momentos en que éste se aplicaba de modo implacable a la mayoría de la población -ni compasión con los enfermos ni piedad con los muertos y sus deudos hubo en aquellos días- será difícil de tapar con retórica. El jefe de Gabinete asegurando que “esos no son los temas que le importan a la gente” es otra manifestación de la lejanía con la realidad que viven los argentinos.

Castigar permanentemente al pasado -“memoria”- es el recurso que le queda al que no tiene logros para mostrar en el presente.

Hace tiempo que los nombres de los espacios que compiten en elecciones no dicen nada sobre las intenciones, valores, ubicación o trayectoria de las fuerzas que están detrás. O dicen lo contrario: Frente de Todos para una corriente sectaria como pocas. “Cambio” y “podemos más” para los ex integrantes de una administración impotente en realizaciones.

Los slogans y los trucos publicitarios no se quedan atrás: después de la promoción de un tónico capilar, vino el spot “La vida que queremos”, título de novela rosa; o el “vamos con vos” que suena a show de Cris Morena. La política, sustituida por la publicidad.

Los programas o plataformas partidarias les parecen algo demodé. Lo cool, lo canchero, es hacer el ridículo en TikTok.

La insustancialidad es inversamente proporcional a la responsabilidad que sienten frente a los problemas que atraviesa el país, que se traducen en dramas cotidianos para muchos argentinos.

¿Qué tienen en común? La facilidad de palabra. Pero no habrá sofisma que tape la inconducta presidencial en cuarentena y su consigna "droga para todEs"

Los precandidatos no estudian los problemas ni piensan soluciones. Tampoco analizan el mundo en el que la Argentina debe actuar para ver qué oportunidades u obstáculos presenta. ¿Para qué? Si “vamos viendo”.

Trabajo, educación, seguridad, honestidad en la administración, integración social e integración al mundo: son los grandes temas que deberían analizar para proponer.

Pero hoy en las listas prevalecen los sofistas, los mitómanos y los ambiguos por sobre los dirigentes con vocación y conciencia de estadistas.

Por eso con la imagen quieren sustituir a la idea. Nuevamente subestimando a los argentinos.

Pero si la sociedad toma plena conciencia de esto, podría buscar el modo de expresar su repudio al sistema y lo que hoy es un epifenómeno podría convertirse en “cisne negro”: la desmovilización de la participación electoral o el crecimiento anabólico de un outsider.

© Infobae

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