jueves, 29 de julio de 2021

Vacunas: ¿Quién se hará cargo de las muertes que se pudieron evitar?


Por Daniel Santa Cruz

La política de compra de vacunas por parte del gobierno nacional se puede resumir en un breve párrafo de la carta que la asesora presidencial Cecilia Nicolini le envió al número dos del Fondo de Inversión Ruso, Anatoly Braverman.

En ese texto -revelado por Carlos Pagni la semana pasada en La Nación- Nicolini dice enfáticamente: “Nosotros respondimos siempre haciendo todo lo posible para que Sputnik V sea el mayor éxito, pero ustedes nos están dejando con muy pocas opciones para continuar peleando por ustedes y por este proyecto”. La preocupación manifestada por Nicolini, que se remite a la suerte del “proyecto” (se supone que la Sputnik) y a la de “ustedes” (se entiende que el gobierno ruso), se antepone a la trágica realidad sanitaria de nuestro país, de la que deliberadamente se omite hablar. Es hasta indignante que la funcionaria no diga una palabra sobre los más de 100 mil muertos, ni sobre los catastróficos resultados que se obtuvieron con las distintas decisiones que se tomaron en la compra de vacunas y que generaron, además de decenas de miles de muertes que pudieron evitarse, un desastre económico, social y educativo prácticamente inédito en un país acostumbrado y saturado por crisis recurrentes.

Mientras el gobierno se supera día a día con las idas y vueltas en las compras de vacunas, el presidente Alberto Fernández sigue predicando mentiras y posturas soberbias para justificar el fracaso de un proceso que apenas tiene poco más de 6,3 millones de argentinos con el esquema de vacunación completo. Siete meses después, con todas las posibilidades abiertas y rechazadas en el camino, y cuando en el mundo ya hay más oferta que demanda de vacunas, estamos lejísimos de lo anunciado por el Presidente cuando, el 20 de diciembre del año pasado, dijo que íbamos a tener inoculadas a fin de febrero a 10 millones de personas con ambas dosis de Sputnik V. El 12 de enero el anuncio fue ampliado a 15 millones por Carla Vizzotti. Esas afirmaciones fueron hechas luego de rechazar el 90% de las vacunas de AstraZeneca disponibles a través del Fondo Solidario Covax, de Naciones Unidas, y de rechazar 11,3 millones de vacunas de Laboratorios Pfizer, porque supuestamente debíamos entregar patrimonio soberano a cambio, o porque exigían “condiciones inaceptables”, según el propio Ginés González García.

Para tapar sus pésimas decisiones, el Presidente inventa desafíos y críticas que pone en boca de la oposición y de los medios de comunicación. Dice que se hacía campaña para que la gente no se vacunara, algo que realmente no se vio en ningún medio de comunicación, o que la vacuna era veneno, solo porque Elisa Carrió dijo que ella no se vacunaría con una vacuna que produce un gobierno que envenena a sus opositores, en alusión al envenenamiento y posterior encarcelamiento del opositor Alekséi Navalni, pero que, a decir verdad, nunca hizo campaña antivacunas. Lo que sí se dijo, porque es una verdad irrefutable, es que la Suptnik no tenía, cuando se acordó con Rusia, ni tampoco tiene hoy, aprobación de las autoridades de aplicación de la Unión Europea (EMA), la FDA americana, la Organización Mundial de la Salud (OMS) o hasta de ANVISA de Brasil, que la rechazó por encontrar fallas de seguridad en su cadena de producción.

A propósito de Navalni, esta semana el gobierno ruso bloqueó los sitios web, tanto del líder opositor como de organizaciones que lo respaldan, entre ellos la Alianza de Médicos de Rusia que lidera la médica Anastasía Vasílieva, que estuvo detenida en abril pasado. La Alianza es un sindicato del personal de salud, muy crítico del manejo autoritario del gobierno de Putin frente a la pandemia, que viene denunciando que los médicos y enfermeros que rechazan la vacuna son amenazados y despedidos. Es que la Sputnik V no logra generar confianza ni en la propia población rusa, ya que apenas el 14,7% se vacunó con el esquema completo.

Días atrás, Fernández volvió a decir algo que no se corresponde con la verdad: “Me dicen que estamos quedando mal con los laboratorios; a mí me daría vergüenza quedar mal con los argentinos”. Nunca nadie habló de quedar mal, sino todo lo contrario, siempre se le criticó claramente por las vacunas que su gobierno rechazó, no por las que no pudo conseguir. Después de todo, los únicos que metieron en el debate los intereses de los laboratorios fueron los legisladores de su propio espacio, como Máximo Kirchner, que señaló: “Yo no quiero un país que ceda a los caprichos de los laboratorios extranjeros”. Parece que para el diputado heredero, solo califican como “extranjeros” los laboratorios estadounidenses, porque parece ser que para su diatriba no califica que su gobierno haya cedido ante los caprichos rusos del Instituto Gamaleya, productor de la Sputnik V, que firmó un contrato que sabía que no podría cumplir. Hoy tiene a 6,6 millones de argentinos inoculados con una dosis que llevan meses esperando completar su esquema de vacunación, entre ellos 2,5 millones de adultos mayores, es decir, toda población de riesgo.

En el último mes se modificó por DNU la ley de Vacunas cuando inexplicablemente un día antes el oficialismo había rechazado hacerlo en el Congreso, luego de que la diputada Cecilia Moreau dijera que Perú y Brasil habían entregado recursos naturales como garantía y que la diputada Mara Brawer proclamara insensiblemente que “Argentina ya no necesita vacunas Pfizer”, cuando decenas de chicos menores de 18 años con comorbilidades esperan esa vacuna por ser la única autorizada para ese grupo etario. Estos cambios permitieron recibir una donación de vacunas Moderna de 3,5 millones de dosis y avanzar ahora con la compra de 20 millones de dosis de Pfizer.

Todo este andar histérico, con cambio de decisiones, rechazos y postergaciones inexplicables, vienen de la mano de argumentos oficiales como que Rusia no cumplió, que Pfizer es más económica, que tiene una mayor capacidad de producción que les permite cumplir con los acuerdos, que Pfizer tiene dos dosis iguales, lo que permite una mayor planificación, y que puede ser utilizada en menores de 18 años. Son todos datos conocidos desde hace meses, que no se tomaron en cuenta en su momento y que, en definitiva, nos costaron miles de vidas.

Pero lo más preocupante es que, al no existir una razón lógica, todo lleva a pensar que el despertador que sonó en el kirchnerismo no fue por la impresionante tasa de letalidad, sino que fueron despabilados por el comienzo de la campaña electoral. Ahora parece ser que dejaron de lado la tozudez y los compromisos políticos con amigos como Vladimir Putin que, como dijo Fernández, “se ven cuando uno los necesita”, pero que en realidad no estuvieron, salvo para la foto que empujara el desembarco de la vacuna Sputnik V como cabeza de playa de su expansión geopolítica. La campaña los ha vuelto realistas.

El gobierno parece tener hoy una mirada más pragmática respecto a la compra de vacunas, como debió tener siempre, con o sin elecciones por delante. Seguramente al oficialismo le servirá esta nueva posición para enfrentar de mejor manera la campaña electoral, pero no alcanzará para sostenerle la mirada a decenas de miles de familiares de aquellos a los que se le quitó la chance de seguir estando entre nosotros, porque, como demuestra la famosa carta, se perdió un tiempo invaluable mientras se estuvo privilegiando la defensa del “proyecto ruso” por sobre la vida de miles de argentinos.

© La Nación

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