miércoles, 13 de enero de 2021

La recomendación y la broma

 Por Guillermo Piro

Contra lo que suele decirse, hay versiones cinematográficas de libros célebres que resultaron mejores que el original. La lista podría ser extensa y heterogénea, pero pensemos en El proceso de Kafka llevado al cine en 1962 por Orson Welles: hay un giro al final que en el original no existe que lleva al espectador a pensar que tal vez el pobre Josef K. pudo eludir la muerte. Un par de años antes, George Pal había dirigido La máquina del tiempo, basada en el libro de H.G. Welles. 

El viajero del tiempo visita el año 802.701 y encuentra la especie humana acabada y dominada, que almacena desinteresadamente libros que al tocarlos se convierten en polvo. Escapando de sus perseguidores, el viajero regresa al presente, en 1900, donde cuenta sus aventuras a sus amigos y regresa al futuro, a continuar con la reconstrucción de la Humanidad. Pero en el film se agrega un dato crucial: antes de partir, el viajero se lleva un libro de la biblioteca. Las dos preguntas que se hace uno de sus amigos son cruciales: ¿qué libro se llevó? es la primera; y la segunda: ¿usted qué libro habría llevado?

El protagonista de La máquina del tiempo, teniendo en cuenta la tarea que le espera, debe tomarse las cosas en serio. Pero no todos a la hora de recomendar un libro ponen en juego la reconstrucción de la especie humana rebelada contra los Morlocks, criaturas infrahumanas que la esclavizan. Una vez recuerdo haber leído a Jean-Luc Godard afirmando que La serpiente emplumada, de D.H. Lawrence, era la mejor novela del siglo XX. Como era de esperar, corrí a comprar el libro que recomendaba el hombre más inteligente del mundo. Pero antes de llegar a la mitad me di cuenta de dos o tres cosas: La serpiente emplumada no era la mejor novela del siglo XX, Godard seguía siendo el hombre más inteligente del mundo y lo que yo acababa de hacer era caer en su trampa, tragarme su broma.

García Márquez hizo una vez algo parecido: recomendó calurosamente La casa de las bellas durmientes, de Kawabata. Todavía no entiendo si fue una broma o no, a veces me despierto pensando que sí y otras veces pienso que no, que probablemente esa novela tan mala realmente pudo haberle gustado a García Márquez: después de todo nunca fue el hombre más inteligente del mundo. Pocas veces me tocó leer un libro sintiendo que me habían tomado el pelo de un modo tan flagrante y malintencionado. En el caso de Godard debería haberme dado cuenta de que no hablaba en serio, pero por alguna razón, simplemente porque García Márquez me resultaba más respetable y menos descaradamente brillante, pensé que lo que decía era cierto. La literatura hace esas cosas: da de comer a todo el que se acerca, nutre al más raquítico y llena el estómago del más goloso, sin juzgar, sin evaluar las consecuencias; ofrece, nunca quita; todo lo regala, nunca pide.

Lo peor es que a lo largo de los años tuve ocasión de encontrarme con lectores que pensaban que efectivamente esos dos monumentos al tedio, esos grandiosos fenómenos de hastío, eran de lo mejor que habían leído. Lo que prueba una vez más que la literatura es abierta y solidaria, y le extiende los brazos a todo el que sepa leer.

Volviendo a la pregunta del comienzo: ¿qué libro se llevarían consigo al futuro si lo que estuviera en juego fuera la salvación de la especie? Yo sé perfectamente qué libro llevaría, en lo que dudo es en mi interés por salvar la especie.

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