domingo, 27 de septiembre de 2020

Alberto y la lucha de los tres peronismos

Por Gustavo González

El 23 de julio de 2003 a las 14.15, Néstor Kirchner se reunió con George Bush. Minutos después hablaban de peronismo:

Bush: Me cae muy bien este muchacho Lula, aunque los medios dicen que él es de izquierda y yo soy de derecha.

Kirchner: No se preocupe, yo soy peronista y me puedo entender con los dos (le dijo, mientras le palmeaba la pierna).

Bush: Claro, usted es de centro.

App peronista. El peronismo no es un “hecho maldito” como sostenía Cooke, ni tampoco único y extravagante como se cree. Es el típico movimiento de raigambre nacionalista que se dio en países del tercer mundo a partir de mediados del siglo XX y que adoptaban distintos relatos (ideologías) para adaptarse de la mejor forma posible a los vaivenes económicos y políticos de los países desarrollados.

Cuando Kirchner explicó en la Casa Blanca que él se podía entender con Bush y Lula a la vez, usaba la misma fórmula de Perón para quedar en el medio de los aliados y del Eje durante la Segunda Guerra, o Menem cuando hablaba de “mi amigo Bush (padre)” y de su “amigo Fidel (Castro)”.

Ese nacionalismo capitalista, en sentido amplio, se fue adaptando a las conveniencias externas e internas de cada época, regidas por las corrientes políticas predominantes y las oportunidades económicas que presentaba el mundo.

Así, el peronismo de Perón fue antiestadounidense primero y amigable después, y el de Menem fue aliado del Primer Mundo y liberal. El de Néstor Kirchner atinó desde aquella reunión con Bush a un pragmatismo de relaciones multilaterales que más tarde derivó (con él y fundamentalmente con Cristina) hacia un peronismo de alianzas tercermundistas y economía interna más intervencionista.

El peronismo, o sea, la aplicación argentina de esos nacionalismos hiperadaptables, demostró a través del tiempo que era la única representación socioeconómica capaz de garantizar gobernabilidad. Fue recién con Macri que un gobierno no peronista pudo concluir su mandato.

A tal punto esto fue así, que uno de los economistas más respetados por la ortodoxia como Guillermo Calvo opinó antes de las elecciones que el peronismo podía ser “lo mejor para el país” porque suponía que iba “a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando a Macri”.

El último domingo 7 de junio, en el reportaje con Fontevecchia, el ministro Guzmán intentó transmitir una lógica similar: “La Argentina, con el peronismo en el Gobierno, tiene el control de la situación”.

Hoy, cuatro meses después, la pregunta es si el peronismo de verdad tiene el control de la situación.

Y, relacionada con esa duda, la siguiente pregunta es si esta particular alianza que gobierna desde diciembre representa fielmente al peronismo.

Perones. Sobre la primera duda se podría decir que tras seis meses de cuarentena (en medio de una pandemia, viniendo de dos años de caída del PBI y que, solo en este segundo trimestre, se hundió otro 19%; y con una desocupación que trepó al 13% en ese mismo período), es probable que ningún otro gobierno que no fuera peronista podría haber contenido mejor la angustia social. Más allá de que las herramientas económicas y sanitarias elegidas hayan sido las más adecuadas.

Pero la pregunta de fondo es si esta alianza inédita conformada por distintos tipos de peronismos representa realmente el estilo tradicional de gobernanza peronista.

Hasta Alberto Fernández, los anteriores presidentes peronistas ejercieron un poder hegemónico sobre el movimiento. Así lo hicieron Perón, Menem, Duhalde (con el poder propio más el delegado por los gobernadores), Néstor y Cristina Kirchner. En todos los casos, la gobernabilidad estuvo encarnada en un líder indiscutido en su frente interno. Conducciones bonapartistas que se postulaban como mediadoras de los conflictos intersectoriales y cuyo poder, como el de Bonaparte, no era delegable. Perón lo traducía así: “Mi único heredero es el pueblo”.

Hubo dos mandatarios de origen peronista que rompieron con ese esquema y no concluyeron sus mandatos: Cámpora e Isabelita. En ambos, el poder estaba detrás del trono: era de Perón.

Parecidos/distintos. Este gobierno es la suma de distintos peronismos que reflejan, a su vez, las distintas interpretaciones sobre cuál debería ser hoy la forma en que un movimiento nacionalista, económicamente heterodoxo, se relacione con las corrientes económicas y políticas preponderantes en el mundo.

Alberto Fernández representa al peronismo más socialdemócrata, como explicó en PERFIL. Un peronismo que entiende que las condiciones de relacionamiento internacional serían más propicias desde una socialdemocracia estilo española, portuguesa o nórdica, mix de liberalismo económico acotado, progresismo cultural y utopía de estado de bienestar. El massismo y el lavagnismo serían sus aliados cercanos.

El segundo peronismo es el que aportó el mayor caudal de votos para llegar al poder, el cristinismo. Es el peronismo más atípico. A diferencia de la alianza social histórica en la que se sustenta el peronismo (sectores de la alta burguesía con sectores trabajadores, más algunas capas medias), la corriente que lidera Cristina se sustenta fuertemente en un conurbano bonaerense en donde a los trabajadores formales e informales se les suman los estratos más marginales. Esa alianza socioeconómica atípica para el peronismo también suma a un porcentaje importante de la pequeña burguesía urbana.

El dogmatismo de su líder; su relato internacional cercano a Maduro, Evo Morales, Lula o Correa; su poco apego a la mitología partidaria (la marchita, la adoración a Perón) hacen que algunos peronólogos consideren a esta línea como “no peronista” o simplemente “gorila”, una corriente que con el tiempo se fue alejando del pragmatismo originario de Néstor Kirchner, simbolizado en aquel intento de seducir tanto a Bush como a Lula.

El tercer peronismo que integra el oficialismo es el de los intendentes y gobernadores. Son peronistas que aportan su poder territorial y cuyo relacionamiento no es tanto con el mundo sino con la Casa Rosada. Si bien en este sector hay peronistas cercanos a cierta socialdemocracia o al cristinismo, la mayoría son más conservadores, proteccionistas y con el pragmatismo suficiente para aceptar y reclamar acercamientos tanto con Trump, Xi Jinping, Putin o con Bolsonaro.

Son caudillos que se sentirían mejor reflejados en las variantes menemistas o duhaldistas del peronismo.

Diez meses después. La pregunta ahora es si este frente multiperonista que agrupa por primera vez a los más socialdemócratas, los más nac & pop, los más liberales y los más conservadores es, como suponía Calvo y asegura Guzmán, el indicado para sostener la gobernabilidad y garantizar los cambios necesarios para salir de esta crisis y empezar a crecer.

La duda es si esta mezcla ideológica gana al aportarle más matices y filtros a este presente convulsionado y es capaz de lograr una síntesis novedosa para un momento único.

O si, por el contrario, la suma de contradicciones y debates internos le agrega una dificultad adicional e insalvable a la ya difícil tarea de gobernar esta Argentina.

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