martes, 5 de mayo de 2020

Punto azul

Por Manuel Vicent
En 1977 la Nasa lanzó al espacio la sonda Voyager I con la misión de localizar y estudiar los límites del sistema solar. Después de 13 años de viaje, cuando la nave estaba más allá de la órbita de Plutón se la orientó hacia la Tierra para echarle el último vistazo. Desde 6000 millones de kilómetros de distancia nuestro planeta aparece como una mota de polvo iluminada por el sol en medio de la oscuridad cósmica.

Esa mota de polvo azul, que es nuestro hogar, lleva consigo por el universo el misterio de la vida junto al caos que la raza humana con sus dioses, creencias, pasiones, crímenes, patrias e ideologías.

Esa visión extracorpórea de la Tierra, obtenida a través de la pantalla, está inoculando en nuestra conciencia la sensación de que en esa nave de locos perdida en el espacio o nos salvamos todos o nos vamos todos juntos al infierno. En esa mota de polvo los avances de la ciencia y la alta tecnología conseguidos por la raza humana se hallan también al servicio del fanatismo y la miseria moral. Cualquier tipo desesperado tiene a su disposición armas de destrucción masiva conectadas a su odio, a su venganza o simplemente a su dolor de estómago.

Del mismo modo que desde la caída de las Torres Gemelas nos hemos acomodado al virus del terrorismo y de hecho el escáner se ha convertido en un paso obligado de nuestras vidas, y en el aeropuerto aceptamos que nos palpen todo el cuerpo y hurguen en nuestro equipaje en el que un frasco de colonia puede ser tomado por un explosivo, así ahora la covid-19, que acaba de hacer acto de presencia en esa mota de polvo azul, nos ha hecho saber que toda la humanidad constituye un tejido muy tupido y, más allá de razas e ideologías, cada persona forma un nudo al que todos estamos atados y basta con un estornudo en cualquier rincón del planeta para que la especie humana esté en peligro.

© El País (España)

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