martes, 5 de mayo de 2020

Libros libres, pero libres de verdad

Por Guillermo Piro
En un lejano 1989 un italiano revolucionó la historia del libro. Los Millelire fueron una colección de pequeños libros de bolsillo que la editorial Stampa Alternativa, fundada por Marcello Baraghini en los años 70, que desbarataron la industria editorial italiana (y no solo italiana, ya se verá más adelante) al asignarle a los libros un precio “político”: mil liras, más o menos el valor entonces de un café.

Su contenido formó a una nueva generación de lectores y llegó a vender 22 millones de ejemplares. La noticia, la razón de ser de este recuerdo, es que Baraghini acaba de poner a disposición en el sitio de la editorial el catálogo completo de los Millelire en PDF.

En 1976, Stampa Alternativa publicó un libro, Contro la famiglia. Manuale di autodifesa dei minorenni, que a Baraghini casi le cuesta ir a la cárcel. Mario Tedeschi, del Movimento Sociale Italiano, un partido neofascista, o mejor dicho post-fascista, atacó públicamente Baraghini, y varias asociaciones católicas (neofascistas, o mejor dicho post-fascistas) juntaron firmas en las parroquias para conseguir el secuestro de los ejemplares. Stampa Alternativa se disolvió y Baraghini pasó a vivir en la clandestinidad, pero un año después una amnistía le permitió volver a la vida civil. Poco después se legalizaría en Italia el aborto y la objeción de conciencia.

Pero en 1989, Stampa Alternativa volvió a la vida. Fue entonces que Baraghini tuvo la idea de los Millelire. La crisis editorial ya existía –existió siempre– pero la intuición de Baraghini y su temeridad dieron sus frutos. La palabras claves eran sorpresa, provocación y calidad. En los Millelire convivían Tacito, Plutarco, Spinoza y Epicuro junto con jóvenes narradores italianos que entonces eran menores de edad o con Alda Merini, una poeta que en aquellos años nadie conocía. Los Millelire vendieron 300 mil ejemplares de sus poemas y la convirtieron en una poeta de culto.

Títulos: Los imbéciles, de Giovanni Papini; El desertor, de Boris Vian; La moral anarquista, de Kropotkin; El diario de Adán y Eva, de Mark Twain; Una modesta proposición, de Jonathan Swift; Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, del Marqués de Sade. Autores: Emily Dickinson, Jack Kerouac, Bukowsky, Artaud, Lewis Carroll, Dickens, Eliot, Paul Eluard, Genet, Victor Hugo, Lawrence de Arabia, Leopardi, Mishima... Se vendían en la calle, en las paradas del tranvía y en los bares.

Rápidamente la propuesta fue imitada: Alianza, en España, dio a luz los Alianza Cien; Fondo de Cultura Económica, en México, los Fondo 2000; Penguin también, en Reino Unido. Pero, a diferencia de la propuesta de Stampa Alternativa, lo que ellos hacían era revolver en el propio catálogo y desempolvar pequeños fragmentos: un modo de marketing estratégico, no una propuesta liberadora.

La idea de Baraghini respondía a la convicción de que existía un nuevo tipo de lector, joven e independiente. El 90% de los compradores tenían en promedio 16 años, y el 80% eran mujeres. Libros que se compraban, se trasladaban, se leían, se regalaban. Eran, como dice Baraghini, “libros sin copyright, sin derechos, bozales o correas”. Hablaron de ellos en el New York Times, en el Herald Tribune, en La Tribune de Francia y en muchos otros diarios. Libros sin confines, confiados a los lectores, protagonistas indiscutidos de este baile sin música.

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