lunes, 24 de junio de 2019

Vigencia de la idiotez

Por Carlos Gabetta (*)
Ser argentino es como tener una madre idiota”. Esta ocurrencia brutal salió alguna vez de los labios del poeta –argentino, por supuesto– César Fernández Moreno. De todas las definiciones de “la argentinidad” resulta la más acertada, ya que define no ya un callejón, sino un círculo sin salida. Es tu madre; pero es idiota. Es idiota; pero es tu madre. No se trata de salir de un mal sitio en busca de algo mejor, sino de cómo hacer que lo mucho de bueno de esa “madre” protectora, inteligente, libre y progresista que avanza y construye, prevalezca sobre esa otra, idiota, que vomita sobre la mesa de estudio y trabajo.

Esas ocurrencias ya fueron citadas aquí mismo (28-6-10), por Esteban Peicovich, a propósito del deterioro del lenguaje. Del “boludo” que hoy reemplaza casi todo; nombres propios, apelativos tanto despreciativos como admirativos. El habla expresa un contenido, y cuando este es mínimo o inexistente “sale” así, como una nada reiterativa, un cacareo que por no ser, siquiera es llamativo; solo irritante. Del lenguaje de Sarmiento, que despreciaba la mentalidad y el comportamiento indígena y gaucho, pero proponía educarlos, hemos pasado a la reivindicación de una mentalidad, comportamiento y lenguaje populistas de un nivel tal que el sanjuanino los hubiera puesto muy por debajo del de gauchos e indígenas, que aunque iletrados, tenían códigos y maneras. No es lo mismo ser bruto porque analfabeto e ignorante, que bruto alfabetizado y con acceso a educación y cultura. Lo primero es casi un destino; lo segundo, una opción.

En la Argentina de hoy, esa idiotez lo inunda casi todo. Basta preguntarse dónde han quedado el espíritu, la lucidez, la ilustración, la perseverancia y el coraje del país que exportó su independencia a América Latina; el de Moreno, San Martín, Echeverría y Sarmiento. El de la Ley de Educación 1.420, universal, obligatoria, gratuita y laica de 1884 y el de la Reforma Universitaria de 1918, expandida por medio mundo. El de Leandro Alem, José Ingenieros, Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo. El de los cinco premios Nobel; tres de ellos en ciencias…

Esa “madre” hoy subsiste, casi sin estímulos y en medio de graves dificultades, pero aún vigorosa, en las ciencias y las artes, que siguen enorgulleciéndonos y asombrando al mundo. Pero ha prácticamente desaparecido de la política, reemplazada por el personaje grosero y vomitón. ¿A qué liberalismo o conservadurismo adheriría hoy un Sarmiento? ¿A qué nacional-catolicismo un Leopoldo Marechal?

Ante la oposición de la Iglesia Católica a la Ley 1.420, Julio A. Roca no dudó en romper relaciones diplomáticas con el Vaticano y expulsar del país al nuncio apostólico. Palacios, primer diputado socialista de América en 1904 y líder indiscutido, fue expulsado del Partido Socialista en 1915 por batirse a duelo, algo que los estatutos prohibían. Cada cual a su manera, con sus limitaciones personales, ideológicas y de época, todos respetaban reglas, autoridad y modales, costara lo que costase. Tanto los partidarios como la sociedad en su conjunto juzgaban esos comportamientos. “Boludo” era aún insulto; “mala palabra”…

Hoy, Cristina Fernández no se presenta al traspaso del gobierno a su legítimo sucesor y es aplaudida por sus “bases”, a las que tampoco molesta que “la señora” (se la sigue llamando así, a pesar de todo), enfrente una serie de gravísimos cargos por corrupción. El legislador socialista porteño Roy Cortina se “corta solo” hacia Cambiemos (no es su primera vez) y el partido discute si corresponde o no una sanción. El liberalismo en versión macrista hace una pésima gestión y sigue encabezando algunos sondeos electorales.

Quien dude de la idiotez política vigente, que se pregunte por el programa de gobierno –no ya por “quién va o no va con quién”– de cualquiera de los partidos o alianzas en curso, ante la grave crisis nacional y los amenazantes conflictos mundiales.

(*) Periodista y escritor

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