miércoles, 10 de enero de 2018

El peor y el más tonto

Trump dicer ser un "genio muy estable". (Foto: Eric Thayer / The New York Times)
Por Paul Krugman

Al igual que millones de personas en todo el mundo, me tranquilizó saber que Donald Trump es un “genio muy estable”. Y es que, si no lo fuera —si en cambio fuera un aspirante a tirano errático, vengativo, desinformado y perezoso— estaríamos en verdaderos problemas.

Seamos honestos: Estados Unidos con frecuencia ha sido presidido por hombres mediocres, algunos de los cuales han tenido personalidades desagradables. Sin embargo, por lo general, no han hecho mucho daño, por dos razones.

La primera es que los presidentes de segunda clase se han rodeado con frecuencia de servidores públicos de primera clase. Como ejemplo, miren la lista de los secretarios del Tesoro desde que se fundó la nación; aunque no todos los que han ocupado ese cargo eran iguales a Alexander Hamilton (quien creó el Tesoro), es, en general, un contingente bastante impresionante —y eso ha sido importante—.

Se ha debatido si Ronald Reagan, a quien diagnosticaron con alzhéimer cinco años después de que dejara la presidencia, ya mostraba síntomas de deterioro cognitivo durante su segundo mandato. No obstante, con James Baker en el Departamento del Tesoro y George Shultz en el de Estado, no había nada de qué preocuparse en cuanto a si había gente competente que tomara las grandes decisiones.

Segunda: nuestro sistema de pesos y contrapesos ha limitado a los presidentes que de otro modo podrían haber estado tentados a ignorar el Estado de derecho o a abusar de su cargo. Aunque probablemente hemos tenido altos ejecutivos que anhelaban encarcelar a sus críticos o enriquecerse mientras estaban en el cargo, ninguno de ellos se atrevió a hacer sus deseos realidad.

Pero eso era antes. Con el “genio muy estable” al mando, las reglas antiguas ya no aplican.

Cuando ese “genio muy estable” se mudó a la Casa Blanca, trajo consigo a una colección extraordinaria de subordinados —y los llamo en el peor de los sentidos—. Algunos de ellos ya se fueron, como Michael Flynn, a quien Trump nombró asesor de seguridad nacional pese a que ya lo rodeaban interrogantes por sus vínculos extranjeros y quien en diciembre se declaró culpable de mentirle al FBI sobre esos vínculos. También se fue Tom Price, secretario de Salud y Servicios Humanos que renunció debido a su adicción a costosos viajes en avión privado.

Sin embargo, otros todavía siguen ahí; seguramente pensar en Steve Mnuchin liderando el Tesoro hace a Hamilton revolcarse en su tumba. Y muchos nombramientos increíblemente malos han pasado casi inadvertidos entre el público general. Solo podemos darnos una idea de qué tan deplorables son las cosas por la noticias que se filtran de vez en cuando, como que la persona a la que Trump nombró para dirigir el Servicio de Salud para indígenas parece haber mentido sobre sus credenciales (una vocera del Departamento de Salud y Servicios Humanos dice que un tornado destruyó sus documentos de antecedentes laborales).

Y mientras ingresa la gente no calificada, la calificada está huyendo. Ha habido un gran éxodo de personal con experiencia en el Departamento de Estado; quizá todavía más alarmante es que se dice que hay un éxodo similar en la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por su sigla en inglés).

En otras palabras, en tan solo un año, Trump nos ha acercado bastante a un gobierno de los peores y más tontos. Así que digamos que es bastante bueno que el hombre en el puesto más alto es, “como, muy inteligente”.

Mientras tanto, ¿qué ha sucedido con las restricciones ante un mal comportamiento presidencial? Digo, los pesos y contrapesos ya son muy de la década de los setenta, ¿no? Puede que a los republicanos les hayan importado los actos ilegales del presidente durante el escándalo de Watergate, pero estos días claramente consideran que su trabajo es proteger los privilegios del “genio muy estable”, es decir, dejarlo hacer lo que quiera.

Inclúyanme entre aquellos a los que no les parecieron tan impactantes las revelaciones del nuevo libro de Michael Wolff porque solo confirman lo que ya nos han dicho muchos informes sobre esta Casa Blanca. La noticia realmente destacada de la semana pasada, a mi parecer, se trata de las indicaciones que han dado importantes republicanos en el congreso de que están cada vez más decididos a participar en la obstrucción de la justicia.

Hasta ahora, no había quedado totalmente claro si los miembros del congreso a favor del encubrimiento, como Devin Nunes —quien ha estado acosando al Departamento de Justicia mientras este trata de investigar la interferencia que habría tenido Rusia en la elección presidencial—, eran por cuenta propia. Sin embargo, Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, ahora se ha sumado por completo a las filas de Nunes, lo que representa estar totalmente a favor de la obstrucción.

Al mismo tiempo, dos senadores republicanos refirieron al Departamento de Justicia (la primera vez que se sabe que lo hacen) a que investigue penalmente a alguien como parte de su propia pesquisa sobre la intervención rusa: no se trata de aquellos que pudieran haber trabajado con una potencia extranjera hostil, sino del exespía británico que elaboró un documento sobre la posible colusión entre Trump y Moscú.

En otras palabras, sin importar lo mucho que el mundo se cuestione si Trump es apto para estar en el poder, las únicas personas que podrían limitarlo están haciendo todo lo posible por ponerlo por encima del Estado de derecho.

Hasta ahora, la implosión de las normas políticas de Estados Unidos ha tenido un efecto considerablemente menor en nuestra vida cotidiana (excepto que residas en un Puerto Rico azotado por huracanes y sigas esperando a que se restablezca la electricidad debido a una respuesta federal inadecuada). El presidente pasa las mañanas viendo televisión y tuiteando su enojo, ha sembrado el caos en cuanto a la capacidad del gobierno y su partido no quiere que sepas si es un agente trabajando a favor de alguien en el extranjero. Sin embargo, las bolsas están al alza, la economía está en auge y no hemos iniciado nuevas guerras.

Todavía estamos en los inicios. Pasamos más de dos siglos construyendo una gran nación y hasta un “genio muy estable” quizá requiera un par de años para completar su ruina.

© The New York Times

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