sábado, 23 de diciembre de 2017

Cacerolazos: ¿votos perdidos para el Gobierno o la grieta de siempre?

Por Giselle Rumeau
Es tan claro y evidente que podría ser el colmo de lo claro y lo evidente. Si hay algo que deslegitima una protesta social es la violencia. El reclamo se desdibuja por completo. Sólo queda lo que mueve a los violentos, la impotencia, el odio, la imposibilidad de llenar los huecos del pensamiento. Quien intente justificarla en el accionar de las erradas medidas de un Gobierno constitucional se quedó lisa y llanamente varado en los 70. Ya no hay lugar para eso, la herida por lo vivido hace más de 30 años aún está sensible.

Es por eso que la lluvia de piedras y mármoles arrancados a martillazos de la Plaza de los Dos Congresos por parte de aquellos sectores que sólo usan a la democracia para llegar al poder pero la desprecian no logró su cometido: no hizo mella en el Gobierno. Dejó al país mal parado ante los ojos del mundo, generó angustia entre los ciudadanos y un nuevo gasto en el presupuesto porteño de 30 millones de pesos para reparar el espacio público. Lo que no es poco. Pero en términos políticos, el Gobierno salió bien parado y logró que se aprobara en el Congreso la reforma previsional y el cambio en la fórmula de movilidad jubilatoria, eje de la discordia.

Es que la sola imagen de la barbarie rompiendo todo empuja muchas veces por espanto a votar a quien no se quiere. Hasta que en la Argentina no aparezca un Churchill criollo -¿aparecerá un estadista de verdad algún día?- los ciudadanos estamos condenados a optar entre populistas ineptos y ladrones o gerentes indolentes. Esa dicotomía es lo que sigue alimentando a la grieta política, que tanto necesitan Mauricio Macri y Cristina Kirchner para ser, para existir tan solo por oposición al otro.

No es en la violencia en donde el Gobierno debería concentrar su preocupación sino en los cacerolazos y en la manifestación pacífica realizada el lunes por la noche en varios barrios de la Ciudad, cuando los barrabrava kirchneristas y de izquierda se fueron a dormir.

Se sabe: el macrismo nunca tuvo el control político de la calle. Ni le interesa tenerlo. Es más, desprecian esa forma vieja de hacer política concentrada en las movilizaciones partidarias. Se contenta simplemente con que no haya desbordes como única forma de administrar la conflictividad social, otro de sus flancos débiles. Pero el tronar de las cacerolas, haya sido convocado por las redes o nacido de manera espontánea, tiene en la historia reciente una connotación distinta. Como diría el macrismo, son los vecinos los que salieron a la calle. Es la pura reacción de la clase media, aquella que suele bajar el pulgar a los gobiernos y condicionar su futuro.

Resulta increíble como en apenas dos meses la Casa Rosada dilapidó el capital político obtenido con el amplio triunfo de los comicios legislativos. Pese a los tropezones constantes, el Gobierno sigue sin aprender de los errores, sin medir el límite de sus recursos políticos, ni los costos de sus decisiones. Algo similar pasó en enero pasado, cuando con el mal humor social reinante por las subas de tarifas, en la Casa Rosada decidieron gestionar en privado un acuerdo beneficioso para la convocatoria de acreedores del ex Correo Argentino, propiedad de la familia del Presidente, alimentando las feroces mandíbulas del kirchnerismo. Siguieron con la decisión de transparentar el costo financiero de las tarjetas de crédito y el consumo se desbarrancó. La imagen positiva del Presidente cayó entonces en febrero 10 puntos. Pero con la marcha atrás de las medidas cuestionadas y la violencia y caos que prosiguió en la calle con las interminables protestas del kirchnerismo, gremios y organizaciones sociales, Macri volvió a posicionarse y legitimarse con una marcha de apoyo popular en abril.

Ahora, el Gobierno no sólo cargó contra uno de los sectores más vulnerables como son los jubilados sino que se metió con una parte de sus seguidores: Cambiemos suelen tener mejor performance entre los mayores de 50 años.

El cambio en la fórmula de movilidad jubilatoria que -por una cuestión de empalme con el modelo anterior, podría generarle a los adultos mayores una pérdida de 7 puntos en marzo- es sin duda la iniciativa más impopular de la era Macri y genera mucho más rechazo de lo que el Gobierno cree. Incluso entre sus seguidores. La incógnita es si la medida rechazada por un cacerolazo implica un quiebre en el electorado de Cambiemos. ¿Se afectó su base con un proyecto tan regresivo? ¿Puede perder el apoyo de la clase media a partir de ahora? ¿O simplemente, la protesta pacífica fue una muestra más de la grieta política y sólo se manifestaron aquellos que nunca quisieron a Macri?

En el Gobierno hubo sorpresa inicial ante el ruido de las cacerolas pero, eufóricos por la aprobación de la reforma previsional en el Congreso, optaron luego por bajarle el precio. El triunfo político estaba en otro lado. Y concluyeron en que quienes salieron a cacerolear son "ciudadanos ideologizados", que nunca quisieron al Presidente.

Orlando DAdamo, director del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, coincide con el diagnóstico macrista. "Me inclino a pensar que fue una muestra más de la grieta. La mayoría del reclamo se concentró en la Ciudad, donde Cambiemos tiene su voto duro. No creo que tenga efecto en su base electoral, más allá de la sensibilidad y el mal humor que la reforma previsional genera entre sus seguidores. Si uno piensa que el 22% del votante porteño se inclinó por Daniel Filmus -más de 100.000 electores- con que haya salido la mitad de ese porcentaje se haría ruido", explica el analista en comunicación política.

Según su visión, podría haber una caída de imagen del gobierno y un estado de mal humor pasajero pero sus votantes van a estar alineados para el 2019.

Con su filosa ironía de siempre, Luis Tonelli, profesor titular de Política Comparada en la Carrera de Ciencia Política de la UBA, analiza que lo sucedido es otra señal de "la insoportable levedad de la política argentina", "A horas de que se hablara de la hegemonía macrista, con carteles de "Antonita 2050" incluído, se pasa a hablar nuevamente de ingobernabilidad y del helicóptero", remarca. "El problema -dice- es que se sigue viendo la realidad del país con los anteojos del 2001. Pero esta es otra Argentina". Entre las diferencias fundamentales destaca que el Gobierno tiene plata y el ajuste es para darle sustentabilidad a la economía y evitar la crisis y no porque la crisis lo impone y se acabó la plata. También menciona a la grieta por donde se interpreta todo: el caso Maldonado, el subamarino perdido y las protestas. "En 2001 eran las cacerolas, así, en genérico. Hoy son las kacerolas". Como si fuera poco, dice, el peronismo está de vacaciones. "Sin crisis real se dedica al juego de la supervivencia". La conclusión es que todos perdieron. Pero la oposición perdió más", concluye.

Carlos Fara, director de la consultora homónima, tampoco cree que el cacerolazo haya sido un deterioro de la base electoral del Gobierno. "Me parece que el problema fue que se perdió la batalla comunicaciones de la ley de Reforma Previsional. Ese es el punto. Y creo que sí, que los cacerolazos forman parte de la grieta y también nos indican que hay que ser muy cuidadoso cuando se dice que el kirchnerismo está de salida. Yo creo que hay un kirchnerismo ideológico muy fuerte en una parte de la sociedad y me parece que eso se expresó con el cacerolazo".

El politólogo Julio Burdman, en cambio, se permite dudar. "Me parece muy pronto saber si hubo pérdida de votos con este proyecto. Los cacerolazos son una herramienta de protesta de la clase media, no del kirchnerismo. Y la reforma a la fórmula de movilidad jubilatoria no tenía apoyo social. No parece que sea un tema que haya que analizar con el eje político Cambiemos-kirchnerismo. Creo que el Gobierno no explicó bien esto, en parte por lo difícil que es. Pudo haber dicho que hubo un ajuste por este lado para consolidar las cajas de la Anses, menguadas por la reparación histórica. El Gobierno no disminuyó el gasto público social; al contrario, lo subió", afirma.

Y cuestiona cierta tendencia oficialista a negar que la ley era impopular. "Deberían admitir que eso es una posibilidad y no negarla de raíz", remarca.

Conclusión: la grieta que todo lo arrasa también atravesó la protesta de la clase media. Pero aún así, el Gobierno no debería dormirse en los laureles en medio de un proceso de reformas que seguirán generando manifestaciones y mal humor si no quiere en un futuro perder votos.

© El Cronista

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