sábado, 16 de septiembre de 2017

En el nombre de Santiago

Por Gabriela Pousa

Yuval Harari, uno de los sociólogos e historiadores contemporáneos, explica que la diferencia entre el homo sapiens y el resto de las especies que habita la tierra es la capacidad de contar historias (y por ende de creerlas), y que esta diferencia hizo que podamos imponernos sobre el resto.

El caso de Santiago Maldonado viene a comprobar esta hipótesis. Así estamos hablando todo el tiempo de Maldonado. Se han congregado centenares de personas pidiendo por él en manifestaciones pacíficas y no tanto. Violencia inaudita y repentina. Horas de aire en canales de televisión, miles de centímetros de páginas en diarios y revistas. Interminables minutos de aire en radio, todo ello creando una construcción intelectual de una representación política.

No importaría Maldonado si no hubiese elecciones en el corto plazo. A nadie le importaría, seamos francos. Todos “sabemos” de él, pero nadie sabe nada. Sólo un puñado de fotos que circulan en los medios donde se lo ve con un look muy “acristado” con barba, pelo largo lo cual visualmente, lo representa como una suerte de Cristo martirizado, un Çhe Guevara contemporáneo.

Sabemos – porque lo repiten hasta el hartazgo – que es tatuador, que vivía de eso, aunque nadie ha visto o tiene estampado en su cuerpo una de sus “obras”. También sostienen que es un artesano, aunque tampoco vimos ninguna de sus artesanías, las que seguramente hoy tendrían un valor de cuasi reliquia. Cuentan que era buen hijo y hermano, aunque en la era de la tecnología digital nunca vimos una foto en familia. Todo aun siendo cierto, es raro.

Nos dicen que es un luchador de las causas sociales, pero no lo pudimos ver en ninguna marcha (por lo menos a cara descubierta para poder individualizarlo) o participando activamente en grupos de lucha que permitiese conocerlo o confirmar su “lucha”.

Por otro lado, invocando su desaparición nos centramos en discutir en términos legales y políticos el rol de las instituciones y del Gobierno Nacional. Banalizamos las circunstancias, sometiendo el tema a chicanas y bajezas de todos lados porque en realidad a nadie le importa el supuesto desaparecido en democracia, como no importaron tantos otros mientras podíamos comprar electrodomésticos en cuotas o viajar los fines de semana largos.

Hoy Maldonado es una creación intelectual y política de la cual lo que menos importa es la persona. Su figura cuasi religiosa convoca a una liturgia casi obligatoria, todos piden o se justifican en nombre de Maldonado.

La oposición radicalizada habla de un plan sistemático de desaparición de personas para disciplinar las voces de los pobres oprimidos que se van a levantar ante el supuesto ajuste que, además, es consecuencia de desmanejos que ellos mismos causaron. El oficialismo, como de común errático, primero negó y ahora busca en una piedra arrojada desde lejos a un colectivo de personas una justificación de no sabemos muy bien qué. 

Macri no es Cristina claro, la picardía siniestra para la invención de ficciones no es su pericia. Lo metieron en un laberinto donde ninguna salida es gratuita.

De lo único que hoy podemos estar seguro es que Maldonado, sin conocer nada sobre y de él, ha pasado a la galería de nuestros “ilustres” héroes de barro, y no se va a hacer nada para que salga de ese sitio. Seguimos tristemente recreando mitos. 

Quizás algún día, la cara desaliñada de Santiago se luzca estampada en remeras que alguna generación usará sin saber siquiera quién fue ni dónde está. 

Una pena.

(Ojalá aparezca y estas reflexiones pierdan razón de ser o resulten obsoletas)


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