martes, 18 de julio de 2017

PERFILES / MANUEL J. CASTILLA

A 37 años de la muerte del gran poeta salteño

Manuel J. Castilla: "Escucho, hasta el más leve, todos los ruidos de la tierra".
Por Nelson Francisco Muloni

No resulta reiterativo decir que, al paso de los tiempos, se levanta con su fuerte sonoridad, la voz de Manuel José Castilla, con el esplendor de toda la palabra puesta en la poesía que se vuelve, de un modo sustancial, en la verdadera esencia del hombre y su relación con la dignidad de la tierra que lo surte.

Castilla es verbo. Y es excelsitud. Es afecto. Y canto. Presente, siempre presente y siempre poesía. Porque, como dijo de él Aldo Parfeniuk, Castilla es “un anticipador de los tiempos”. Aunque todo poeta, por el hecho de serlo avanza sobre los tiempos, es en Manuel donde la temporalidad cruza, de lado a lado, la condición natural del hombre con la tierra, con el todo.

Esa conjunción es notable en Espero que me llueva:

Ese hongo anaranjado y húmedo pegado en la corteza de este tronco en el monte
es mi oreja y escucho, hasta el más leve, todos los ruidos de la tierra.
Puedo decir ahora de qué silencio nace el agua y qué oro lo moja el maíz
Mientras crecen enfurecidas las hebras tiernísimas de las manos del mamboretá mascador de las moscas.

Alguna vez referimos a Castilla en su Hombre entre las cumbres de Lizoite:

Esta carne de Dios, esta aterida
carne sagrada y quieta entre las cumbres,
este bulto que mira su infinito bajo los ventarrones
es, sin embargo, un hombre.

Y su tiempo excede al lugar como mero espacio geográfico, para tornarse universal llevando la voz de “esta tierra” que “es hermosa” por la latitudes del cancionero latinoamericano con sus hallazgos notables del amor, de la tierra, de sus frutos y de cada hombre y mujer entonados en el pan y en la copla. 

No en vano salieron de su vino simple y generoso los versos de No te puedo olvidar y La atardecida, con Eduardo Falú; Zamba del sauce solo, con Rolando Valladares, y Zamba de Balderrama, Zamba del panadero, Carnavalito del duende, Zamba de Lozano, Zamba del pañuelo, La pomeña, La enojosa, Chaya para Toconás con su constante compañero de coloraturas y sentidos, Gustavo “Cuchi” Leguizamón.

En Agua de lluvia, Luna muerta, Copajira, La tierra de uno, y Cantos del gozante, entre otros libros, Castilla le da la exactitud completa a la re-creación poética en toda su dimensión, con la convivencia plena del ritmo sereno y amoroso entre el hombre, el paisaje, el amor y la estatura de su propia universalidad.

Manuel Castilla es poesía pura, es admirable enjundia de la palabra, es el siempre poeta que “en esta casa está resucitando”.

Manuel J. Castilla nació en Cerrillos, el 14 de agosto de 1918 y murió en la ciudad de Salta el 19 de julio de 1980.

© Agensur.info

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