viernes, 15 de julio de 2016

PERFILES / FERNANDO ARRABAL

El genio que todavía da guerra con litros 
de ingenuidad y libertad

Fernando Arrabal Terán: "En verdad el genio es un humano tan ingenuo que sueña
con ser Dios ¡y a menudo lo consigue!"
Por Alberto Alonso

Merdre! Sátrapa trascendente. ¡Qué engañados nos teníais! Hoy la ciencia dice que lo frecuente y lo excepcional nada tienen que ver con la verdad y la mentira. Que el absurdo no es lo ilógico sino una lógica excepcional. Después de tantas discusiones podemos decir que la pata-modernidad es lo que ha venido tras la Era Moderna, de la misma forma que es la patafísica lo que hay más allá de la metafísica. La patafísica es la ciencia de lo particular, de las excepciones. 

Desde ese punto de vista, lo frecuente, lo normal, sería la excepción de la excepción. Y así podemos entender al soldado Zapo cuando dice: “Pero papaítos, ¿cómo os habéis atrevido a venir hasta aquí con lo peligroso que es? Idos inmediatamente”; y a su madre: “Hemos pensado que te aburrirías, por eso te hemos venido a ver. Tanta guerra te tiene que aburrir”. Arrabal tenía 20 años cuando escribió Picnic. Era el año 52 y la guerra era un recuerdo reciente en toda Europa, la realidad, la verdad, lo frecuente. El soldado Zapo (que reza “padrenuestros” cuando dispara), su padre, su madre y el enemigo Zepo (que dispara con “avemarías”) se disponen a pasar una jornada de comida campestre en el campo de batalla. La excepción de la excepción, el absurdo. Pero, ¿qué es más absurdo: una comida campestre o la guerra? “Eso es lo agradable de salir los domingos al campo. Siempre se encuentra gente simpática. Y usted, ¿por qué es el enemigo?”. Dice el tópico que Arrabal es un autor incomprendido en España mientras goza del reconocimiento universal como uno de los máximos exponentes de la vanguardia del siglo XX. ¿Vanguardia? Como decía Baudelaire, y se encargaría de recordar Arrabal, vanguardia es un término militar. Y en España se puede llegar a cuestionar el sentimiento de culpa, pero nada se puede contra el sentido del ridículo. Parece que nunca se perdonará a Arrabal, aquel que fue considerado por el franquismo entre sus cinco principales enemigos (junto a Carrillo, Pasionaria, Lister y El Campesino), una intervención “pánica” y etílica sobre el milenarismo en un programa de televisión de Sánchez Dragó, cuando abandonó el plató para ir a mear.

Cuestionarlo todo

Hoy podemos leer a Arrabal cuando sabemos lo que son los fractales, la matemática de motivos, la física cuántica y la teoría del caos, pero sin olvidar que buena parte de su obra fue escrita antes de que físicos, matemático y filósofos pusieran en duda la veracidad del conocimiento universal que cimentó la Era Moderna. Por eso forma parte del grupo de artistas que, como Alfred Jarry, Samuel Beckett, Kafka, y hasta Nietzsche, se adelantaron al declive de la modernidad.

Fernando Arrabal Terán nació en Melilla en 1932 e hizo carne el absurdo de la España tragicómica: fue hijo de un republicano y una burguesa que defendió la causa franquista. Tras la Guerra Civil, su padre, recluido en un psiquiátrico tras habérsele conmutado una pena de muerte y haber estado en cárceles del bando nacional desde el primer día de la contienda, fue despojado hasta de la dignidad de morir. Sus huellas fueron borradas, como su historia, por una copiosa nevada junto al Hospital de Burgos, de donde escapó en pijama en 1942, un día después de los Santos Inocentes. Nada más se supo.

Años más tarde, Arrabal se atrevería a preguntarle al mismísimo Franco, aunque con otras palabras, “y usted, ¿por qué es el enemigo?”. Fue al escribir su célebre carta, publicada en vida del dictador: “Sin el más mínimo odio o rencor he de decirle que es usted el hombre que más daño me ha causado”. El escritor imaginaba al dictador en un “mundo de represión, cárcel, buenos y malos” y clamaba por la excepción a esa regla general.

Fue Franco y la locura que instauró en España quien dejó a Arrabal sin su padre, sin su patria y sin el instinto filial natural de amar a la madre. Efectivamente, mucho daño.

“A ti y a mi
La guerra civil,
Madrastra historia,
Nos infligió este martirio chino”. De Carta de Amor (como un suplicio chino).

Un martirio chino

El suplicio chino comenzó cuando el joven Arrabal descubrió unos documentos de su madre en los que las fotografías del padre aparecían con la cabeza cortada. La acusó de haberle denunciado. España y la madre fueron objeto de un oscuro sentimiento sadomasoquista. En Los dos verdugos, la madre dice: “Le echaré sal y vinagre sobre las heridas para impedir que se infecten. Un poco de vinagre y sal sobre las heridas le irá de perlas. (Con entusiasmo histérico). ¡Un poco de sal y vinagre!”). En el Soneto de Amor y Odio a España I, publicado en la revista Archione, dice:

“Te recuerdo cruel y misteriosa
me alboroto pensando en tus mamones
la más guapa entre todas las naciones
eres bella y con ojos de viciosa.
Al pegarme te vuelves más hermosa
con tus azotes y tus mojicones,
rompiéndome la crisma a bofetones
mi niñez la forjaste dolorosa”.

En varias entrevistas, Arrabal reconocería que la educación recibida de su madre incluyó dolorosas palizas.

Un francés nacido en España

Si buscamos “Arrabal” en la Enciclopedia Británica comprobamos que es presentado como escritor de teatro del absurdo, novelista y director de cine francés, nacido en España. Fue Francia quien le adoptó cuando, enfermo de tuberculosis, inició un exilio voluntario que luego se convertiría en forzoso. Se casó con Luce Moreau, que cubrió con creces el vacío que dejó la convulsa relación con la madre. Con ella vive un amor sincero, apasionado, igualitario, hermoso, respetuoso. Una línea amarilla en su piso de París delimita sus intimidades. En el 70 cumpleaños de Arrabal, Luce escribe: “Quiero agradecerte, Fernando, el haberme hecho vivir alejada de toda mediocridad”.

Un ingenuo va y se caga en Dios

El exilio voluntario que comenzó en Francia en 1955 se volvió forzoso en 1967, cuando “pusieron esposas a las flores”. Ese año, el artista fue invitado a firmar ejemplares de su libro Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión en Galerías Preciado. Un joven se le acercó para pedirle que le hiciera una dedicatoria pánica. Arrabal escribió: “Me cago en Dios, en la patria y todo lo demás”. Aquello le valió un billete de entrada para un mes en Carabanchel, que no fue a más gracias a la intervención de artistas como Artur Miller o François Mauriac, promovidos por Eugène Ionesco. Hasta Samuel Beckett, el esquivo pajarraco alérgico a las intervenciones públicas, escribió una carta con la esperanza de que “llegue al conocimiento de la Corte y haga que ésta sirva para dar a conocer el excepcional valor humano y artístico de aquel a quien se va a juzgar”.

Pero ¿qué tiene este hombre para ser admirado y querido por algunos de los principales genios de su tiempo? Cela, Aleixandre, Goytisolo, Kundera, Dalí, Tzara, Duchamp, Man Ray, Borges, Milos Forman, Warhol, Breton, Ernst, Houellebecq... Arrabal asegura, y debemos creerle, que nunca ha buscado provocar. ¿Quién, sino un ingenuo sin remordimientos, se habría atrevido a firmar aquella dedicatoria? Ese genio ingenuo, tímido y humilde es lo que atrae de Arrabal. Y es también eso lo que lo ha conservado libre de las ataduras de las masas que, como en España, siguen considerándolo un lunático.

Jugador y juguetón

En noviembre de 1999, Arrabal da una conferencia en Estocolmo sobre El lenguaje del genio y exclama: “¡Existe el genio! El genio de saberlo todo como el ingenioso y el genio del ingenuo que sólo sabe que nada sabe. ¡Existe el genio, y tan difícil! de la ingeniería como el del ingenioso y el genio ¡tan fácil! de la inocencia como el del ingenuo”. El “divino Dalí”, que así se presentó por teléfono, le invitó a visitarle en el hotel de París donde se encontraba. Arrabal apareció encadenado a un grupo de chicas estudiantes maoístas. Él es así, jugador y juguetón. Con los números, las situaciones y las palabras.

En sus obras, los personajes articulan como niños discursos depravados o escatológicos. La sintaxis pasa a un segundo plano si se trata de jugar con las palabras, se desvanece el lenguaje verbal hasta casi desaparecer, pero permanecen los cuerpos expresivos de los actores y de la escenografía. Por eso es el teatro el arte sublime para Arrabal en el que se concentran la literatura, el arte visual, la filosofía, la historia... Con el teatro, Arrabal juega a ser Dios: “En verdad el genio es un humano tan ingenuo que sueña con ser Dios ¡y a menudo lo consigue!”.

La trascendencia lúdica más allá del juego de palabras, el sentido del humor y la ingenua paradoja es lo que hace a Arrabal diferente y tan difícil de adscribir a una corriente. Los críticos suelen hablar de dos periodos en su producción teatral: el “absurdo arrabaliano”, que se relaciona con la obra del patafísico Jarry y con Beckett; y el periodo “pánico”, a partir de 1963. Para un lector es difícil hacer esta distinción ya que la obra de Arrabal evoluciona de una forma muy coherente. El Pánico es una definición bajo la que se amparan Arrabal, Jodorowsky, Stenberg y Topor “presidida por la confusión, el humor, el terror, el azar y la euforia”.

Pero Arrabal, además de un genial autor teatral, exhibe también ese genio para la poesía, la narrativa, el cine e incluso para la pintura. Sin salirse de su biografía, o de la biografía de aquellos que le rodean, este autor ha construido una obra inmensa, total. Por su bien, esperemos que tarde todavía mucho en ser reconocida y valorada con justicia. Porque todavía da guerra.

© Filosofía Hoy

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