miércoles, 6 de abril de 2016

Entre el gradualismo y el shock, la educación

Por Gabriela Pousa
No hay margen para el aburrimiento. Argentina se ha convertido en un país con ganas de serlo. Quizás ahí radique todo el secreto. Las explicaciones micro y macroeconómicas no aportan demasiado a la hora de buscar respuestas aunque todo pueda explicarse desde la ciencia. 

Lo cierto es que cuando al argentino promedio le tocan el bolsillo las razones se esfuman frente a la cerrazón que provoca tener que ajustarse el cinturón. Nadie lo niega: es antipático el tarifazo. 

Pero cuidado porque una cosa es lo que sucede en ese sector tan peculiar de clase media a la cual nada le conforma demasiado, y otra muy distinta es lo que le acontece a aquel que de veras no logra llegar a fin de mes. 

Unos y otros deben ceder, pero para los primeros ceder puede significar evitar una salida al teatro o al cine, y para el resto puede implicar pasar un día sin comer. Las diferencias son abismales. Es un error muy común creer que lo peor de todo es lo que me pasa a mí. El culto al propio ombligo nos fue inculcado durante años por el kirchnerismo. 

“¿Qué te va a hacer pagar 6 pesos el colectivo si pagas 20 por los puchos?”, razonamiento del burgués, del que se cree piola e inteligente pero no puede ver más allá del celular o la PC. El ajuste afecta a todos pero de distinto modo. No hay empatía ni la puede haber entre sectores sociales con escenarios sustancialmente diferentes. La realidad es una, las perspectivas y cómo afecta la vida son muchas. 

Tal vez sea tiempo de aprender a callar y ejercer la paciencia que tanto utilizamos durante la última década. El pobre, el indigente no entiende ni tiene por qué entender las consecuencias del populismo, el saqueo y el desgobierno del kirchnerismo. A él no le sirve la conferencia de prensa de un ministro. Bernard Shaw decía “una lengua común nos separa“, y hoy por hoy tenemos lenguajes distintos.

Esto es lo que parece no terminar de comprender el gobierno. Cuando se dice que la administración Macri no comunica bien, lo que en verdad se está diciendo es que el mensaje no llega a la totalidad de la sociedad. ¿Por qué sucede eso? Porque hay una asignatura pendiente: educar al soberano, una deuda peor que la de los holdouts. A unos les llega el razonamiento, a otros apenas las consecuencias de los hechos. 

Imaginen un hombre de mediana edad que sale a las 5 de la mañana de su casa en el conurbano bonaerense, sorteando delincuentes, que toma el tren y un colectivo luego para llegar a su trabajo donde pasa 7 u 8 horas, y regresa al hogar donde lo esperan uno o más chicos a los cuales hay que educar y alimentar. 

A ese hombre, ¿qué puede importarle los “Panamá Papers”, los holdouts, Ricardo Jaime, la herencia recibida, las sociedades off shore o lo que paga el mundo desarrollado el subterráneo? A ese hombre le importa que a su familia no le falte lo mínimo indispensable. A ese hombre hay que explicarle que los aumentos son necesarios – no por los atrasos tarifarios del populismo K -, sino porque de lo contrario, en lo sucesivo no podrá seguir viajando. Y lo principal: hay que actuar para que vea esa realidad.

A fuerza de desventuras y desengaños estamos más cerca de Santo Tomás (“ver para creer“) que de cualquier otro santo. Desde luego que no se lo va a convencer ni quedará satisfecho razón por la cual urge achicar los tiempos entre el decir y el hacer. El desafío de Macri es justamente transformar el largo plazo en mediano. 

Aceptando esto se comprende que el actual gobierno haya mantenido ciertos programas como “precios cuidados” o “Ahora doce“. A veces lo simbólico también es necesario. Lo que no contempló la gestión PRO es que a veces lo urgente es enemigo de lo importante. Digamos que hubo un cortocircuito entre el gradualismo y el shock. 

Se pagará el costo político aunque en ese aspecto sí se manejaron bien los tiempos: este será menor ahora que ya se votó que cuando esté cerca otra elección. Un dato no menor que debe haber sido tenido en cuenta a la hora de decidir si aumentar todo junto o no. 

Asimismo, hay que admitir que no puede condenársele a quienes no comprenden las causas por las cuales suben tarifas abruptamente. En Argentina hay un problema de base: la educación. La crisis cultural supera ampliamente el caos económico que dejó Axel Kicillof. Hay gente que hoy, al prender la televisión, ve a Jaime esposado como quién ve un dibujo animado. 

Quién se regocija con las esposas puestas al ex funcionario es la clase media harta de la impunidad y con tiempo para escuchar, entender y reclamar. El resto está en la marginalidad cultural. Y con esto no pretendemos estigmatizar ni quitarle inteligencia o dones a los pobres. Las prioridades son disímiles, los intereses también. 

Si a la clase media le meten presa a Cristina, el boleto del colectivo puede irse a 10 ó 20 pesos que la queja se reducirá a un murmullo no más. Desde luego que le afectará, pero ha llegado a este presente con una necesidad superior a la material: la sed de justicia, castigo y verdad. Claro que es consciente que no basta con Ricardo Jaime y Lázaro Báez. Hay una jefa detrás.  

A esa gente que interactúa en las redes sociales y cuya capacidad de asombrarse nunca termina de menguar, la puede entretener un debate en el Congreso, el destino de Oyarbide, lo que hará Ercolini, Bonadio o Marijuan. Y es posible que no comprenda que hay otra Argentina a la cual esos nombres le son tan ajenos como el gabinete de gobierno noruego. 

Esa grieta social es la que parece no estar teniendo en cuenta Cambiemos. El plural del nombre elegido para la coalición que ganó la última elección debe ser contemplado y atendido sin excepción. Hay que llegar al tuitero indignado pero también al obrero que no tiene internet en su hogar ni tiempo para averiguar de qué trata una red social. 

Los aciertos de Mauricio Macri desde su asunción son más que sus desaciertos, pero tanto los primeros como los segundos fueron explicados a quienes saben que venimos del latrocinio, y no a quienes creen aún que el subsidio y el Estado son una suerte de Papá Noel y Reyes Magos. 

Para que en el futuro no se corte la luz hubo que aumentar la tarifa de la electricidad, pues bien para que en ese mismo futuro no quede media población postergada y de mal humor hay que aumentar la educación. Solo así no será tan complejo pasar del gradualismo al shock.


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