jueves, 15 de octubre de 2015

Roma traditoribus non praemiat

Por Germán Gegenschatz
La decisión de Mónica López de cambiar de bando es poco novedosa en la historia de la humanidad, aunque en lo doméstico tomó una relevancia especial por estar cerca de la elección presidencial, y me hizo repensar un evento de la larga historia de Roma.

Viriato fue un campesino que peleó en la zona de la actual Portugal y sur de España, que las circunstancias lo convirtieron en un temible enemigo de Roma en la conquista de España, hasta que fue asesinado en el 139 A.C.

Resulta que Viriato venció en batallas a todos los delegados de Roma, y entonces decidió aprovechar sus triunfos para hacer la paz con el Senado Romano, y así fue declarado amigo de los romanos, aunque esto no significó que haya dejado de ser un enemigo de Roma. Inmediatamente el gobernador Servilio Cepión compró tres lugartenientes de Viriato para asesinarlo. Hecho el crimen los traidores van a cobrar y Servilio Cepión les dijo: “Roma no paga traidores” y los mató a los tres. España, al poco tiempo, fue conquistada por Roma.

Volviendo a nuestros días observamos que a Scioli, que quiere conquistar Argentina, no le gusta la traición, y ha sido poco contemplativo con quienes, por razones no confirmadas, abandonaron a Massa, pese a que éste es una amenaza a sus fines. Darío Giustozzi por ejemplo, fue obligado a competir en su distrito y perdió con Cascallares, lo que invita a pensar que, más allá que Scioli pueda estar seduciendo oponentes o no, lo cierto es que su respuesta es, salvando las distancias, del estilo de Servilio Cepión.

El tema de la traición conmueve las conciencias de la opinión pública. Denis Jembar e Yves Roucaute escribieron “Elogio a la traición – Sobre el arte de gobernar por medio de la negación”. En este libro analizan los efectos políticos de la traición y la negación. Justifican ambas con un enfoque pragmático y realista: cambian las circunstancias, los contextos, las relaciones de fuerzas y los políticos deben adaptarse si es que quieren obtener y sostenerse en el poder. Y dan ejemplos de buenos resultados fruto de traiciones, como la supuesta traición del rey Juan Carlos al legado de Franco entregando el poder a Adolfo Suárez, un enemigo de Franco, y así proveen varios ejemplos para señalar que los grandes estadistas son grandes traidores y negadores.

La obra a primera vista parece moralmente escandalosa, trata a la ley y la diplomacia como “frutos maduros de la mentira”, afirman que la traición está “en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos republicanos”. Ahora guarda con las condenas rápidas. Los autores sostienen que la traición “no es una puerta abierta a los oportunismos: en efecto, la traición encuentra sus límites en la elección. Cuando deja de ser pragmatismo gubernamental y se convierte en mera práctica para perpetuarse en el poder, cuando vuelve la espalda a las aspiraciones del elector, sufre una sanción.”

Creo que lo que Jembar y Roucarte toleran es la traición personal entre quienes luchan por el poder, como si fuese un caso de robo entre ladrones, y condenan la traición al elector diciendo: “Así, entre traición y elección se establece un equilibrio frágil con el cual los políticos no pueden jugar impunemente.” Hay un mensaje moral fuerte allí, aún dentro del permisivo pragmatismo de la obra, los autores quizás sean, a su modo, moralistas por mera conveniencia.

Entonces resulta que Servilio Cepión asesinó a los traidores sin traicionar al elector romano que representaba, al final la península fue dominada por Roma. Además se aprovechó de la acción de los traidores y los mató por eso, castigando la conducta “inmoral” de traicionar la confianza de Viriato. Julio César diría décadas después: “amo la traición, pero odio al traidor”.

Para resolver el polémico caso de Mónica López, sugerimos que hay traición cuando el interés personal está por encima de un compromiso asumido públicamente, frente al elector en los términos de Jembar y Roucarte, y por tanto trae consecuencias negativas desde el punto de vista práctico, porque cuando el elector percibe que se prioriza el interés y el bien personal por encima del interés y el bien común se produce la condena moral.

Creo que el poder tiene un componente de prestigio público muy importante, la fidelidad a la representación asumida frente al elector es la materia prima del prestigio y la confiabilidad. El prestigio se pulveriza con la traición al elector. Ahí queda evidente el egoísmo típico que consiste en instrumentalizar la política y el ejercicio del poder, orientándolos hacia la obtención de un beneficio exclusivamente personal (corrupción), o de un grupo (oligarquía), esto el elector suele condenarlo.

En definitiva, indudablemente la política y el poder tienen una dimensión moral, aún en la brutalidad de Cipión hay un mensaje moral.

El pragmatismo bien entendido no se opone a la moral, después de todo el hombre obedece más a la necesidad que a la obligación. La traición al elector, sea por las razones que fuere, es condenada hasta por Jembar y Roucarte, las otras “traiciones” pueden ser condenables, pero tienen otro tribunal distinto a los electores como conjunto, y otras sanciones.

Es difícil concluir que Mónica López, y otros como ella, tomaron la decisión de cambiar de espacio político para realizar el bien común comprometido frente al elector. Quizás Roma sea, en definitiva, el pueblo de Roma, y el pueblo, seguramente, no paga traiciones.

© C&P – Comunidad y Política

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