Por Gabriel Profiti |
Pese a que todavía puede bajarse, el anuncio de Sergio Massa
de que competirá por la Presidencia pareció definitivo y por lo tanto deberá
remontar una cuesta muy empinada para quebrar el clima de polarización que se
instaló en los últimos meses y que amenaza con profundizarse después de las
Primarias.
Tras la diáspora de dirigentes y la caída en las encuestas,
el ex intendente de Tigre había quedado en una disyuntiva: no era fácil
retirarse por una cuestión de dignidad y de respaldo a quienes continúan al amparo
de su armado nacional, pero tampoco era sencillo seguir adelante con la
aventura grande. Eligió lanzarse con la esperanza de caer parado.
El propio precandidato reconoció en charlas privadas que si
el frente UNA que conformó junto al gobernador cordobés José Manuel de la Sota
queda relegado detrás del opositor Cambiemos y del Frente para la Victoria en
las Primarias del 9 de agosto, lo más probable es que pierda la mitad de la
cosecha en la primera vuelta del 25 de octubre.
Ya le ocurrió algo parecido a Eduardo Duhalde en 2011 (pasó
de 12.12% a 5,86% entre una elección y la otra) porque los votantes se mueven
bajo el impulso del voto útil.
Así, también está amenazado el objetivo de mínima que se
trazó Massa al mantenerse en carrera, consistente en quedar posicionado como un
referente de la oposición luego de las elecciones. "Soy joven", se
atajó para el caso de enfrentar una derrota.
Por lo pronto, este miércoles ensayó un relanzamiento. Entre
los ejes de su mensaje se destacó la intención de posicionarse como una víctima
de los sistemas públicos y privados de poder frente a un electorado que -a su
favor- aparece muy volátil en las encuestas. "Usaron su poder para
sacarnos de la cancha", sintetizó y habló del "látigo y la chequera".
El otro trazo grueso del discurso fue la autocrítica.
Después de aquella resonante victoria en Buenos Aires hace dos años, Massa
cometió errores de apreciación y estrategia que lo hicieron cambiar varias
veces sobre la marcha y lo terminaron perjudicando.
Su armado se desmoronó en plena construcción: se presentó
como la renovación y empezó a sumar emblemas de la vieja política; como el
intendente de Merlo, Raúl Othacehé.
Además, perdió el apoyo de Carlos Reutemann; sucumbió en la
pulseada con el PRO por la alianza con la UCR; y tampoco acertó con Francisco
de Narváez, quien pateó el hormiguero al entrar tarde al Frente Renovador y
ahora lo obliga a improvisar un candidato a gobernador al irse.
Pero quizá el error más grave fue haber intentado recorrer
lo que definió como "la ancha avenida del medio" entre el oficialismo
y el PRO, sin tener en cuenta que ese lugar ya lo ocupó Daniel Scioli, cuya
ambigüedad o versatilidad política le permite ser visto como garante de la
continuidad o el cambio.
Ahora Massa insistió en esa equidistancia pero como el
verdadero candidato del "cambio" con la agenda "de la
gente", que incluye en primer término el combate a la inseguridad.
Además de la iniciativa buscará recuperar visibilidad. A su
lado aseguran que para ello cuentan con financiamiento y con los minutos gratis
de publicidad electoral que recibirá por los cuatro millones de votos que sumó
en 2013. "Tocamos fondo, sólo queda rebotar", se esperanzó un hombre
de su entorno.
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