domingo, 24 de mayo de 2015

El kirchnerismo Pimpinela y la traición a la Patria

Por Jorge Fernández Díaz
"Es absurdo dividir a la gente en buena y mala -decía Oscar Wilde-. La gente es tan sólo encantadora o aburrida." El padre de Dorian Grey ni siquiera intuyó al peronismo, pero seguramente quedaría perplejo ante los actuales precandidatos del Frente para la Victoria, puesto que no son aburridos, pero tampoco son encantadores. Juntos protagonizan la nueva fase del movimiento nacional y popular, que podría denominarse "el kirchnerismo Pimpinela".

Un breve pero intenso acting de recriminaciones (me mentiste, me engañaste), para que al final lleguen las risas y los aplausos, se enciendan las luces y resulte que en realidad son hermanos y que aquí no ha pasado nada. El debate entre estos dos peronistas igualmente ortodoxos no gira en torno de la lucha de clases, sino de un brazo ortopédico. Que sirve alternativamente como alegoría de la presunta defección ideológica de su propietario, como excusa para que la primera dama bonaerense victimice a su marido y como acicate para que su contendiente le recuerde a ella los tocamientos traseros de un imitador televisivo. Dicho sea de paso: las lágrimas de Karina valen oro, y su maldición fue sutilmente inquietante y acaso bíblica: "Cuando Daniel hace política no está deseando que los trenes choquen". Dicen que un conocido analista político está guionando en secreto sus exitosas apariciones; esperemos que ningún tren descarrile en los próximos días.

Todo este apasionante coloquio doctrinario y altruista se combina con la irrupción danzante de Alberto Samid, que juega ajedrez con Scioli y habla en su nombre, y con la no menos bizarra visita de Randazzo a la Biblioteca Nacional, donde se lo recibió como al camarada Lenin después de Siberia. Algunos de esos queridos profesores, a quienes se les nota en el semblante una cierta orfandad crepuscular, son los mismos que puestos a elegir entre Sarlo y Boudou se quedaron con el guitarrista de Puerto Madero. En la desesperación de la hora, han transformado a aquel delfín de Menem y Duhalde en este Mao Tsé-tung de los ferrocarriles. Un progre de la primera hora que hasta hace cinco minutos se reunía a puertas cerradas con periodistas y confesaba en voz baja la impotencia que sentía frente a los dislates de su jefa. Por favor, nada que ver este revolucionario sandinista de los pasaportes con el peronista ramplón de Villa La Ñata, parecen creer los ilusos pensadores: algunos son recién llegados al peronismo y a veces no pueden resistirse a comprar héroes retóricos de outlet y a ser un poquito gorilas. Le celebraron a Florencio la parodia sciolista de las palabras "consenso" y "diálogo", pero esos vocablos no son privativos del aborrecido rival, sino del papa Francisco, a quien ahora los cristinistas veneran. Cuidado, compañeros, que el Vaticano llama y se queja directamente en Balcarce 50. Acto seguido, Lenin tuvo una frase desafortunada sobre el "proyecto manco", y los intelectuales se agarraron la barriga de la risa. ¿Qué habría sucedido si Rodríguez Larreta se hubiera burlado de la silla de ruedas de Michetti? Carta Abierta habría escrito un frondoso y apocalíptico texto anunciando el advenimiento del Tercer Reich.

La pregunta que se formulan todos estos personajes es la misma: ¿Cristina hará la Gran Macri e intervendrá expresamente a favor de Randazzo? ¿O sólo lo está utilizando para bajarle el precio al gobernador? Nadie sabe la respuesta, aunque en la oposición tienen champagne helado por si acaso la Presidenta se inclina en favor del adalid de Chivilcoy, que no capta independientes y sólo caza en el zoológico. Pocos opositores piensan que tendrán tanta suerte. Más bien conjeturan que ella está buscando reducirle la velocidad a la moto naranja, contener a los más díscolos en un confortable sidecar y, de paso, hacer más competitiva la interna para aumentar el volumen general de votos. Ya saben: los peronistas somos como los gatos, parece que nos estamos peleando y en verdad nos estamos reproduciendo. Pero desde que Calígula nombró cónsul a su caballo, no hay certezas absolutas en la política. Como sea, la doctora deberá cuidarse mucho de no quedar atrapada por el fuselaje de la nave que será derribada en las primarias abiertas, porque entonces no podrá despegarse de la ponzoñosa idea de que fue precisamente ella la gran derrotada. Y ella no quiere perder ni al Candy Crush. Es por eso que se la imaginan dentro del avión de combate, palmeando la espalda del piloto, pero acariciando con lujuria el botón rojo, por si hubiera que eyectarse a último momento.

Celosa hasta la patología del protagonismo que van teniendo quienes aspiran a sucederla, dispuesta cueste lo que cueste a no ser olvidada y a utilizar para ello multimillonarias sumas que aportan los pobres contribuyentes y un Estado exhausto del que deberán hacerse cargo los próximos gobernantes, Cristina se lució esta semana más faraónica que nunca. "¿Pagar la cuenta? ¡Qué costumbre tan absurda!", bromeaba Groucho. El fastuoso Centro Cultural Kirchner tiene el tamaño de su herida: me voy pero no se van a deshacer de nosotros. La presidenta de la Nación descartó a Marechal, a Gelman y a Favio, y eligió bautizar el emprendimiento con el nombre de su propio esposo. Ese pecado nepotista no sólo aberreta tanto monumentalismo políticamente correcto, sino que confirma el carácter unipersonal de un proyecto que presume de colectivo. A los Kirchner jamás les interesó la cultura, salvo para colonizarla con billetes y protegerse con ella de sus políticas rapaces, y Cristina actúa ahora como un mal narrador que desecha la sutileza y que remarca groseramente las cosas como si el lector fuera un estúpido. Sin las alusiones a Néstor y sin el sospechoso despilfarro, el centro cultural podría haber sido incuestionable. Pero ella no puede con su genio y parece caer una y otra vez en el viejo chiste del absurdo: "Me pregunto, ¿qué haría yo sin mí?".

Mientras los Pimpinela del pejotismo daban espectáculo, la reina iniciaba un impresionante raid para adueñarse definitivamente de los derechos humanos (por eso una ceremonia en la ESMA), presentarse como la reencarnación personal de Scalabrini Ortiz (por eso un acto en Retiro), convertirse en la gran mecenas de las artes (por eso la inauguración del Correo), ofrecerse como la síntesis de los valores populares del cristianismo (por eso el autopromocionado tedeum en Luján) y mimetizar la gesta kirchnerista con la Revolución de Mayo (por eso el megaconcierto de rock que el lunes servirá de anzuelo para multitudes apolíticas). La Patria soy yo.

Luego está la intención de chafarse el sentido sanmartiniano, trasladando pomposamente el famoso sable corvo desde el Regimiento de Granaderos hasta el Museo Histórico. Esa espada de 95 centímetros es sencilla y despojada, sin arabescos de oro ni piedras preciosas, y es también el símbolo de la austeridad de su dueño, que la adquirió de segunda mano en una tienda de Londres y que se sentiría profundamente avergonzado por estas lujosas fanfarrias. Algunos consejos finales del general San Martín para el kirchnerismo Pimpinela y para la suntuosa arquitecta egipcia: "Por inclinación y principios, amo el gobierno republicano y nadie, nadie lo es más que yo. Sacrificaría mi existencia antes de echar una mancha sobre mi vida pública que se pudiera interpretar por ambición. El lujo y las comodidades deben avergonzarnos como un crimen de traición a la patria".

© La Nación

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