jueves, 28 de mayo de 2015

De primicias que no son, arrepentidos tardíos, y nuestro falso confort

Por Gabriela Pousa
Resulta muy triste sentir que todo cuanto acontece en el país ya ha sido analizado, no una sino varias veces en este mismo espacio. De algún modo confirma que “a las palabras se las lleva el viento”, y que toda prédica que no se haga desde un medio masivo de comunicación, es una prédica en el desierto. O peor aún, confirma la sospecha de una sociedad a la cual le basta alguna suerte de catarsis para poder seguir sin inmutarse demasiado frente a las calamidades.

Con excepciones claro, las columnas de los grande diarios están destinadas a firmas conocidas, prestigiosas muchas, “de moda” otras, oportunistas algunas. Siempre me pregunto, sin hallar respuesta que satisfaga, ¿qué hace un Alberto Fernández escribiendo en un matutino de los más importantes? Y este es apenas un ejemplo. Desde luego, tiene derecho a expresarse libremente pero el conflicto, que a mí al menos se me presenta, radica en el hecho de leer clases de ética y moral política por parte de quién ha sido artífice de prácticas no alineadas precisamente a ese derecho. 

Sin duda, estas vacilaciones son “exquisiteces” sin sentido en el marco de una Argentina donde se han martillado todos los principios. Pero algo me hace ruido cuando los villanos de antaño son los moralistas del ahora. ¿Será que quiere dejárselos en evidencia mostrando las contradicciones en las que incurrieron? ¿Será que ya no interesa cambiar de camiseta, no porque la reflexión condujo al cambio de opinión sino por mera conveniencia? Todo es posible, incluso que yo esté radicalmente confundida. 

Se me explicó que la irrupción de “arrepentidos” en oferta, apareciendo en diarios o en televisión sirve porque saben por experiencia lo que sucede tras bambalinas, y por eso son “palabra autorizada” para descubrir las trampas de la política. A mí se me ocurre que es casi como llevar a un homicida porque puede explicar mejor cómo aniquilar a una víctima…

Lástima que encima, cuando el ex jefe de Gabinete escribe o habla públicamente, no descubre nada sino que niega que durante su paso por Balcarce 50 hayan existido conductas lindantes con la delincuencia, o él no se daba cuenta… “Esto con Néstor no pasaba”Es cierto que los muertos en esta Argentina, adquieren subrepticiamente, dotes de ejemplaridad y virtuosismo tan insólitos como delirantes la mayoría de las veces.

Pero regresando a esa sensación de que los acontecimientos vividos en estos días son materia harto conocida, aquello que preocupa o debiera preocupar es la reacción social. De golpe, que las agencias de noticias difundan que el sol ilumina genera un asombro y una revuelta que no se explica. ¿No había ya un sinfín de pruebas y evidencias? A juzgar por las repercusiones de la noticia, se sabía pero es diferente saberlo porque salta a la vista, a saberlo porque son los medios quienes se hacen eco.

Esto le otorga al periodismo una credibilidad y responsabilidad tal, que debería generar una revisión severa de su rol en la sociedad, dado la trascendencia de lo que generan. No solo informan la novedad sino también le conceden a la realidad un renovado protagonismo. 

Veamos: a esta altura, y teniendo en cuenta el resultado de las PASO en la ciudad, puede decirse que es de conocimiento generalizado la ineficiencia de Mariano Recalde como funcionario. Ahora bien, si luego, una portada o un programa televisivo muestra un video donde se ve al “camporista” cometiendo desfalco, lo sabido con anterioridad parece regresar con más fuerza a la zona más activa de la memoria colectiva. 

Este engranaje comunicacional que obra como redentor para un país sumido en el caos que suele provocar el vivir de escándalo en escándalo, es el que usa el gobierno en su faz inversa: redescubre el pasado modificándolo a fin que el ‘hoy’ resulte mejor. Pero hay otra cara de la moneda. No puede atribuírsele a los medios la culpa de todos los males así como tampoco la solución a todos ellos.

¿Qué sucede en una sociedad que sabiendo la trama delictiva que hay detrás de una organización determinada, igualmente la sigue, y de algún modo con su silencio la avala? Esta pregunta le cabe a la política, a la industria del entretenimiento, y al deporte desde luego. ¿Cómo es posible que lo sucedido con los miembros de la FIFA genere un revuelo de tal magnitud cuando la mayoría sabía que al fútbol lo manejan mafias? Excepciones habrá. ¿Es tan necesario para indignarse conocer el monto de lo robado? Y la pregunta más dura aún: ¿Haremos algo? 

“¿Cómo “haremos” si yo no tengo nada que ver con esto?”. Este interrogante que surge siempre como defensa aunque no haya habido ataque previo, dice mucho de nosotros y aunque parezca mentira, viene a explicar también por qué estamos como estamos en materia política. Si acaso mañana nos desayunamos por el diario que, en el kiosco de al lado de nuestra casa, se venden productos robados, ¿continuamos comprando ahí como si nada hubiera pasado?

Si es más cómodo que caminar una cuadra para ir a otro lado, muy probablemente la respuesta sea “si”. Hay quienes no ven o no quieren ver la complicidad que esta actitud acarrea. Prima como en muchos otros aspectos el individualismo ciego, el priorizar mi gusto y conveniencia a colaborar con el cambio. En otras palabras es algo así como “yo no me meto”, “sigo en la mía”Y es ese no meterse, ese seguir en la nuestra lo que nos está condenando a la ignominia en que vivimos en casi todos los órdenes de la vida. 

Si Cristina Kirchner robó para construir sus hoteles en el sur pero yo sigo viviendo como quiero, ¿por qué no votar a quién avale eso? Total a mí no me molesta porque sigo viajando, comprando en cuotas, cambiando el auto, etc. Además, “todos son lo mismo“. Prédica nefasta que genera el seguir siendo ratones cazados siempre por el mismo gato. Si se cree que no hay diferencias, marquemos una nosotros y reaccionemos: ¡Qué nos robe alguien distinto al menos! Un razonamiento grotesco por cierto pero que sirve para graficar lo que sucede a muchos argentinos. 

Por otra parte, ¿qué exigimos? El silencio aturde tanto como el más fuerte de los gritos. Hay algo que estamos haciendo mal o hay algo que directamente no estamos haciendo. Dejemos de lado los medios y todos los chivos expiatorios que usamos como escudos para no terminar asumiéndonos émulos de Poncio Pilato. 

Vivir en sociedad implica abandonar el egoísmo. Y no parece que haya voluntad ni ganas de modificar ese estar mirándonos permanentemente el ombligo. Desde luego que no todos asumen esa conducta individualista pero parece que los “distintos” no son aún suficientes para revertir la decadencia en que se nos ha sumido. 

Para terminar, y como el hoy resulta tan similar al ayer, me valgo de un párrafo que escribí hace unos tres años ya, para que estas reflexiones – que no aspiran a ser más que eso -, siembren en el mejor de los casos inquietudes de donde emerja el indispensable juicio crítico que requiere el pueblo argentino. 

Una sociedad que se desgarra las vestiduras apenas 48 ó 72 horas por una seguidilla de crímenes aberrantes (o la aparición de un fiscal muerto) y cuando llega el fin de semana, no recuerda más nada; una sociedad que saca las cacerolas (o los paraguas) y sin que cambie un ápice, las guarda… En definitiva, una sociedad que prioriza el bolsillo antes que la vida, no dista considerablemente de parecerse a quién encarna el Ejecutivo Nacional. A engañarse a otra parte. ¿Qué podría hacer un Domingo Sarmiento en la Argentina actual? Sarmiento existió cuando los argentinos preferían la civilización a la barbarie; y al progreso se llegaba de mano de la educación, no de un electrodoméstico”.

La duda sigue apuntando al mismo lado: ¿queremos ser educados o nos alcanza acaso con el último smartphone del mercado…? Porque el kirchnerismo, en todas sus formas y derivaciones, es eso lo que en apariencia nada más, no en lo concreto, nos está ofreciendo. 

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