viernes, 27 de marzo de 2015

Los poemas de Nietzsche, redentor del azar

Nietzsche: el destello de sus pocos poemas en los que volcó su dicha
con las fuerzas de la Naturaleza.

Cuando el cielo amenaza una invernal tormenta, y el viajero desprevenido intuye que una gran nevada anegará las calles extrañas por las que transita, la melancólica ansiedad logra ahogar su garganta sedienta y le hace exclamar estremecido: ¡Feliz aquel que aún tiene patria! Así, el poeta, perdido en el mundo hostil del que huye y al que persigue, se pregunta, con el amargo acento del Holderlin loco, por el solitario destino de su corazón sangrante.

Y hasta aquí una metáfora arquetípica del creador puro, del hacedor que se entrega a la tarea de adivinar enigmas y redimir el azar. Nietzsche no hubiera pasado a la historia de la cultura occidental si sólo hubiera escrito los escasos poemas que de él conocemos, pero esta seguridad no exime el interés que en las márgenes de su tumultuosa literatura adquiere su poesía.

La casi treintena de poemas recogidos en esta edición traducida por Txaro Santoro y Virginia Careaga son el fragmentario testamento-confesión de un hombre que nunca dejó de hablamos de sí mismo, pero que en el verso extremó su agonisíaca biografía.

 El malvado cazador, el desterrado, el encubridor de toda sabiduría, el amante feliz en el infierno, despeja signos para un lector secreto, para un confidente que escucha en complicidad. Sus poemas no alcanzan ninguna perfección formal, se refugian en una rima sincopada y muchas veces rota que, sin acabar de atraernos, guarda versos que, como detonantes latentes, salvan una composición por su destello.

 Algo más que la curiosidad nos lleva a leerle. Es el tono apasionado, el fuego desmesurado que transmite, fuego tan peligroso que amenaza la propia identidad del poema, que se consume, se borra en parte, para dejamos las confusas marcas de ese incendio. Sólo el ojo ubicuo, el de la eternidad que acecha en todo goce, parece salvarse de los vaivenes de la llama y del juego violento de la luz. Nietzsche es energía devastadora que necesita de renovadas cuotas de combustible para ser incesante tiempo sin meta.

Hay en los poemas toda una serie de conjuros a las fuerzas de la Naturaleza que siente compañeras de su propia potencia. El viento y el fuego, elementos primordiales, y con ellos la danza integradora, cifran su dicha.

Pero la grandilocuencia cesa y en su vacío asciende el humor. Y tras el grito dolido o la turbulencia imperiosa puede surgir en nuestro poeta la sonrisa. Hielo liso, un paraíso para quien bailar bien quiso. Y en seguida ríe el mar, la inmensidad se ríe de sí misma. No es un libro -grita- lo que yo os ofrezco; los libros son botín del pasado, sarcófagos y sudarios. Esto no es un libro -repite-, esto es una voluntad, una promesa, un eterno presente. Y la risa se retuerce, se expande entre las constelaciones de sombras. La risa es carcajada entre aves de presa que picotean voraces las últimas palabras, mesiánicas palabras: yo soy tu verdad.

(*) Escritor, poeta y crítico literario. Nació en Buenos Aires en 1946 y reside en Madrid desde 1965.

© El País (España)

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