Por Gabriela Pousa |
Grave. Y triste. Si alguien creía que la Argentina no podía
retroceder más, hoy debe rectificar su creencia. Es difícil hablar de
“un paso atrás” cuando hay una vida apagada. No importa ahora analizar cuán
bueno o malo fue el fiscal Alberto Nisman en lo profesional o en lo cotidiano.
La muerte no redime, no da ni quita más de lo que hay.. Ojalá se evite
caer en esa polémica que solo distrae de lo trascendente: una muerte en
la víspera. Ni Borges pudo imaginarlo, y sin embargo no falta a la
verdad si alguno dice que era previsible.
Previsible porque en la Argentina kirchnerista hasta lo imposible halla
posibilidad. Previsible porque era urgente silenciar la voz de quién en horas
no más estaría en el Congreso Nacional, con pruebas irrefutables, denunciando
a la jefe de Estado por encubrir a los autores del atentado a la AMIA, por
pactar impunidad a cambio de alguna ventaja comercial.
Previsible o no, la muerte del fiscal Alberto Nisman debe ser
una bisagra en la historia política nacional. No podemos pedir respuestas a
quienes nos escriben las preguntas. La solución, lamentablemente, no
está en los tribunales sino en la calle.
No se trata de hacer justicia por mano propia sino de entender que la
metástasis del cáncer que nos afecta desde hace más de una década, creció de
tal manera que infectó incluso al Poder Judicial.
Hemos dado un paso atrás en la posibilidad de llegar a cambiar un ápice
para parecer un país normal. El luto es una constante, el desentendimiento de
lo que pasa es habitual.
Hoy Comodoro Py tiembla. La sociedad también aunque no en forma pareja.
Hay sectores que jamás oyeron hablar de quién estaba al frente de la causa AMIA
y así seguirán. Hay miedo por terror y lo hay por complicidad. Muchas
manos se han manchado con la sangre del fiscal. Lo que parece más relevante es,
paradójicamente, lo menos importante. La curiosidad y el morbo general
quieren saber quién gatilló el arma que terminó con la vida de Nisman. Pero
suicidio o asesinato en este caso no modifica lo esencial: se acalló la voz que
era imperioso escuchar.
¿Quién hablará ahora? Alberto Nisman era más que un funcionario judicial, era por momentos la llave para abrir la puerta hacia la libertad, era la justificación de alguna esperanza, era la paz con que se quiere que descansen las víctimas de un atentado contra la humanidad.
Nadie puede creer que no haya copias de los 330 CD con las pruebas que
hoy se debían develar. La pregunta a hacerse apunta pues a develar quién
está velando por ellas. Qué la investigación este en manos del mismísimo
acusado es un cachetazo a la inteligencia general. No será el gobierno el que
despeje las dudas de lo que está pasando y acaba de pasar.
¿Acaso esto también lo dejaremos pasar? Dejamos pasar demasiados
cadáveres ya. Dejamos de preocuparnos por Julio López, por la
“caída” desde el balcón de Lourdes Di Natale, por la nota de diario
en la boca de Marcelo Cattáneo, imputado en el caso IBM-Nación y
colgado detrás de un pabellón de ciudad universitaria; dejamos pasar el
“suicidio” del brigadier Echegoyen, el “juego sexual” de Iván
Heyn, los orificios de bala de Marcelo Perel y su mujer (informantes
de casos de lavado). Dejamos pasar el “accidente” de José Gussoni,
quién denunciará la aduana paralela,
Dejamos pasar la verdad y la decencia, la ética y la moral. Dejamos
pasar la vida aunque creamos estar vivos por el mero hecho de respirar. Ahora, la
sensación de orfandad estremece a la sociedad. La desprotección se hace
latente, la palabra “mafia” ya no es la “locura” de una dirigente política
mística, y el miedo no es patrimonio exclusivo de los demás.
¿Vendrán las renuncias de fiscales que deben atender esta nueva muerte,
por estrés o por jaqueca? ¿Dejaremos en manos de los victimarios el derecho
a descansar en paz de las víctimas? En síntesis, ¿dejaremos que vuelen la AMIA
una vez más? Es posible que sí aunque no guste leerlo acá.
Una vez más, depende de nosotros – no el encuentro –
pero si la búsqueda de la verdad. Un dato apenas: no está en Twitter, ni en FB
ni en ninguna otra red social.
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