miércoles, 8 de octubre de 2014

Cristina maltrató a Francisco

Por Román Lejtman
En Roma aún no pueden discernir si no entendió el mensaje o jugó sus fichas consciente del daño que provocaría al Papa. Durante el largo almuerzo en Santa Marta, Francisco describió a Cristina su mirada sobre la situación mundial y su perspectiva sobre la crisis económica y social que estrangula al país. CFK pareció comprender los argumentos del anfitrión y exhibió su compromiso de evitar acciones políticas que multiplicarán la debilidad política de la Argentina.

Francisco sabía que su cónclave con CFK dividió la opinión pública nacional y alentaba las conspiraciones de la facción más oscura del Vaticano, protagonista mundial de casos de pedofilia, negocios bancarios y tráfico de influencia. Pero no le importó: era un sacrificio conciente que servía para enviar un mensaje diáfano a los jugadores más importantes del país.

Cristina en New York sonrió con placer cuando comprendió que la foto de Francisco con la remera de La Cámpora había causado una conmoción política en la Argentina. A diferencia del Papa, que entendió la imagen con el ‘Cuervo’ Larroque como un gesto de tolerancia, CFK dispuso de ese instante protocolar para convertir a su personalismo en la religión oficial.

Francisco almorzó con Cristina para atenuar sus gestos irascibles, achicar sus errores políticos y revelar que su Presidencia termina en diciembre de 2015, cuando asuma un nuevo jefe de Estado. CFK abandonó Santa Marta, viajó a Manhattan, se peleó con Occidente y transformó a La Cámpora en su única palanca de gobierno.

El Papa quedó paralizado por la respuesta de CFK: había traicionado su mensaje y su espíritu. Había transformado su gesto pastoral, en un presunto aval ante las Naciones Unidas y la cocina política del país. El daño estaba hecho y ahora Francisco debía recuperar su centro de gravedad institucional.

Tras ese objetivo personal y político, el Papa abandonó a sus habituales interlocutores y reescribió su manual para tratar la situación nacional y sus eventuales circunstancias futuras. Sólo dejó en pie su intención de evitar saltos institucionales y seguirá apostando a la continuidad de Cristina hasta el 10 de diciembre de 2015.

Pero ya no hará constantes tertulias en Santa Marta. Y allí, para que se entiendan sus gestos, apenas recibirá a los amigos del alma y a sus fieles sin cálculo previo, como sucedió con Gustavo Vera y Víctor Fernández, un legislador y un arzobispo que viajan seguido a Roma. Vera y Fernández saben de la tristeza y la bronca que tiene el Papa con la Presidente.

Francisco se hará cargo de las pujas palaciegas en el Vaticano y ya comprobó que su imagen internacional está intacta, pese a los peculiares discursos de CFK en la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Sin duda, maneja su agenda mundial con menos sobresaltos que la compleja situación política de la Argentina.

El Papa pidió a CFK cautela y gestos de distensión. Cristina denunció una conspiración en su contra, se blindó con La Cámpora e insiste con un programa económico que se asemeja a la hoja de ruta del Titanic. Francisco enfrió su relación con la Casa Rosada y emite mensajes claros a la oposición, que exhibió su desconcierto ante el almuerzo con CFK y la foto con La Cámpora.

Los mensajes que llegan desde Roma son simples y fáciles de ejecutar: la estabilidad del gobierno es prioridad, no se puede negociar el límite judicial de la corrupción pública, el juego no es socio de la política ni de los comicios presidenciales y el viaje al Vaticano no implica la absolución de los pecados y el triunfo en las elecciones.

Cristina maltrató a Francisco, que aún no sabe si fue pura inconciencia o deliberada traición. El Papa teme a la respuesta definitiva. Debería recordar la fábula del sapo y el escorpión.


© EC

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