domingo, 22 de junio de 2014

La sonrisa de los buitres y la farsa de los loros

Por Jorge Fernández Díaz
Los buitres sólo comen cadáveres. Los exploradores conocen desde tiempos remotos sus hábitos alimentarios, su oportunismo y su truculencia. Si se arriman para picotearte es porque ya estás frito. Las aves carroñeras se sirvieron históricamente del plato de la deuda externa que los argentinos ofrecimos con penosa generosidad. El poder tiene muchos padres, pero la deuda siempre parece huérfana.

Toda la dirigencia militar y democrática sin distinción de banderías está involucrada en tamaña desgracia, que obedece a esa tendencia nacional a vivir siempre por encima de nuestras posibilidades. Los buitres no tienen sentimientos ni moral; investirlos de maldad es tan pueril como creer que los animales salvajes son inofensivos porque Dumbo y el rey León lo eran. Esta versión Disney de la crónica financiera nos lleva al ridículo de enojarnos con los escualos que se aprovechan de un naufragio para no responsabilizar a los capitanes del desatino. Los buitres y los tiburones blancos son parte de la dura realidad con que los expedicionarios y los navegantes cuentan. El mar también es cruel, pero nunca puede ser culpable.

Toda esta descripción zoológica y marítima, y estas lecciones del manual básico de supervivencia, vienen a cuento de la insólita reacción que tuvo el kirchnerismo frente a la evidencia de que su comandante cometió un fatal error de cálculo y averió el buque insignia, y a que les regaló un apetitoso banquete a las pirañas del mercado. Fuimos cadáveres económicos cuando los buitres compraron nuestra deuda, y somos cadáveres políticos en esta triste hora, cuando una derrota judicial en los tribunales norteamericanos puede hacer caer toda la reestructuración de la deuda "como un castillo de naipes", para usar la gráfica expresión que dibujó Cristina Kirchner a través de la primera cadena nacional, cuando se confesó muy "preocupada". Dicho sea de paso: a medida que transcurrieron los días su gobierno acusó a los medios de estar sembrando el miedo en la población; incluso habilitó algunos afiches digitales donde importantes periodistas aparecían como caranchos recortados sobre la bandera de los Estados Unidos. Impotentes de bajar al juez Griesa con un carpetazo de los servicios de inteligencia o de hundirlo en el Consejo de la Magistratura con la ayuda inestimable de la task force de madame Gils Carbó, la Presidenta se contentó con mandar a masacrar al magistrado a través de Canal 7, y con calificar su fallo de "extorsivo". Algunos de sus encumbrados funcionarios dieron a entender incluso que no acatarían la sentencia de Griesa y que no enviarían a nadie a negociar a Nueva York. Algo muy conveniente para congraciarse con Su Señoría, que es quien tiene el dedo en el gatillo del arma que nos apunta a la cabeza. Y a quien en las próximas horas le rogaremos que genere las condiciones para dialogar con los buitres y para pagarles el 100% de lo adeudado. Porque envuelta en la bandera emancipadora y citando a Manuel Belgrano (flaco favor le hace al prócer quedar estampado en un esmirriado billete de diez pesos dentro del contexto de una inflación pavorosa), Cristina anunció el viernes en Rosario que no entraría en default ni en desacato, algo que por supuesto alivió a todo el mundo. Se quejó en ese acto de quienes llegaron a creer que elegiría una salida épica, trabajo marketinero en el que por orden suya el movimiento nacional y popular estuvo empeñado toda la semana. Una hora y media después de ese discurso los caciques de Unidos y Organizados y la Tupac Amaru se concentraron frente a la embajada norteamericana en Palermo para repudiar a los yanquis, obviando el hecho de que el Departamento de Estado y muy especialmente el Fondo Monetario Internacional operaron vanamente sobre sus propios tribunales para que se le diera una mano a la Argentina. De hecho, esa maniobra envolvente tenía convencido al Gobierno de que los fallos resultarían favorables. Parece que confundieron la Corte norteamericana con el Tribunal Supremo de Justicia de Santa Cruz, y la servidumbre de los múltiples jueces adictos de nuestras pampas con la independencia judicial de una república desarrollada. Es curioso, porque las consignas cristinistas aludían a la "liberación" de la patria, cuando en verdad deberían pedir lo que solicitará Kicillof a voz en cuello: "¡Déjennos pagar!" El ministro neocamporista, convertido en el pagador más rápido del Oeste, proclamó hace dos semanas "el fin de la tormenta económica anunciada", como si se tratara del resultado de una astuta alquimia. La verdad es que Kicillof batió todos los récords del tesorero generoso: en muy pocos meses le pagó 500 millones de dólares al Ciadi, 5000 a Repsol y 1150 al Club de París (con promesa firmada de otros 9700 más). La actitud sería encomiable si no viniera revestida de falsa heroicidad nacionalista y de chantaje psicopático doméstico. Kicillof sacó por unos días a la Argentina del grupo que integraba en solitario con Venezuela, pero no consiguió atraer ninguna inversión relevante: ¿quién apostará por este país mientras existan el cepo y las amenazas institucionales? Esta precaria paz cambiaria se debe a los trucos cada vez menos efectivos del modesto mago del Banco Central. Nada ha cambiado, como no sea la profundización de la caída de la actividad económica, la construcción, el empleo y el consumo. El déficit fiscal y la inflación siguen por las nubes y estas nuevas obligaciones que contraerá el Gobierno bajo presión judicial, en este inesperado dominó en que se metió por imprevisión y autoindulgencia, reducirán la capacidad de maniobra y provocarán mayor recesión. Sin contar con el hecho de que se está amasando una pesadísima herencia para la próxima administración nacional. No es cierto que la jefa del Estado podría hacer otra cosa: si condujera al país a un "default heroico" sería el fin de su carrera política, y por lo tanto está obligada a cumplir hoy con las acreencias, lo que implica cargar de hecho sobre las espaldas de sus sucesores una mochila de plomo. Esta última situación no les resulta indiferente a los distintos candidatos de la oposición: abonarán ellos esa cuenta salada. Es por eso que resulta un tanto irónica la convocatoria dramática del kirchnerismo a los opositores, a quienes siempre consideró invisibles, inservibles e irrelevantes. "Zánganos", como los calificaba el joven Recalde. Es claro que se los margina en las ganancias y se los asocia en las pérdidas, cuando las papas queman. Si hubiera existido una discusión real y fecunda entre el oficialismo y las otras bancadas, con idas y venidas y oídos abiertos en el Congreso de la Nación sobre temas tan delicados como la deuda externa, las reestructuraciones, los juicios y embargos de los holdouts, seguramente no se hubiera llegado a este pequeño Waterloo.

Queda para la historia de las paradojas y tal vez para los estudios de los grandes fallidos psicológicos el hecho de que el kirchnerismo haya tropezado justamente en su terreno retórico: la defensa del interés nacional. Sólo resta ver ahora, con aliento contenido, cómo el capitán repara el casco, desarma la bomba y nos saca de este mar embravecido. No nos vamos a ahogar, pero el camino a tierra firme no será precisamente un viaje de placer en crucero. También dejo a los psicólogos el sentido inconsciente y soterrado que se cifra en el final de esa extraña ceremonia belgraniana donde prometimos castigar a nuestros enemigos llenándoles de plata los bolsillos: tocaron Los Auténticos Decadentes.

© La Nación

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