sábado, 10 de mayo de 2014

Autodestrucción

La retirada abre grietas en el oficialismo. De la inseguridad a la falsa rebeldía de los jóvenes.

Por Alfredo Leuco
Las últimas imágenes del naufragio del relato cristinista muestran fisuras patéticas en su ideologitis. 

A esta altura de la parábola descendente hacia el 2015, resulta insólito e infantil hasta la autodestrucción ver cómo los muchachos insisten con fantasías que nadie cree.

Y sobre todo en algunos pilares de la relación con el ciudadano común como es el rechazo a la matriz corrupta del Estado (“ese cáncer social”, según repitieron los salieris del papa Francisco) o la inseguridad tan negada que, de acuerdo a la Iglesia, tiene categoría de enfermedad por la cantidad y la ferocidad de los hechos que ocurren.

Pero también están crujiendo algunos dogmas que han sido el corazón conceptual de la propia tropa de Cristina como la relación con los medios de comunicación y con los derechos humanos.

Es imposible encontrar una crítica de algún intelectual o artista K hacia el injustificable megaenriquecimiento ilícito del núcleo duro del Gobierno. Cristina es impoluta para ellos. Ya se sabe que no necesita volver para ser millones. Pero no han levantado la voz ni siquiera para preguntarse sobre Lázaro Báez. Algunos, con Víctor Hugo como vanguardia, directamente buscan formas para aplaudir el comportamiento de tanto delincuente y atacar a los periodistas que iluminan casos que se van confirmando en la Justicia como los de Ricardo Jaime, Amado Boudou, o Fariña y Elaskar, los perejiles de Lázaro. Esa rapidez para los mandados y esa oscuridad para los negocios también permeó entre los operadores culturales que en poco tiempo se van a tirar con carpetas y denuncias y que involucran tanto a la gestión saliente de Jorge Coscia como a la entrante del jefe de las puestas en escena que es el verdadero ministro, Javier Grosman. Hay mucha carpeta que anda circulando y que la Justicia deberá estudiar a fondo. Se persigue hasta la demolición a fiscales de probada honradez como José María Campagnoli y se protege a cómplices como Oyarbide. El objetivo de cubrir la salida del poder y garantizar la impunidad es escandaloso.

También estallaron todas las diferencias internas respecto de los niveles de inseguridad brutal. Sergio Berni y Alejandro Granados que intentan hacer algo son caracterizados como fachos y manoduristas. Horacio Verbitsky dijo que muchas veces cuesta encontrar la diferencia entre oficialistas y opositores en este rubro. Fernando Navarro mandó a Daniel Scioli a silenciar al ministro de Seguridad provincial y Berni dijo que no va a las reuniones del zaffaronismo porque “una cosa es la filosofía y otra cosa es estar en la trinchera y en la calle con las víctimas y sus familiares. Yo tengo una mirada diferente”. Hasta Julián Dominguez, “compró” ese pensamiento diciendo que los candidatos opositores “participan de un concurso represivo para ver cómo se reprime al pobre”, cuando en realidad el pobre es el sujeto a defender y que más padece la violencia, tal como lo prueba Javier Auyero en su último libro. Y eso que Domínguez, es un heredero político de Carlos Ruckauf y hoy es uno de los dirigentes más confiables para el papa Francisco.

No permitirle hablar a Nora Cortiñas (madre, Línea Fundadora) en el recinto donde están los representantes del pueblo de la Ciudad es haber superado una barrera autoritaria inédita para la militancia K. Jorge Taiana y Susana Rinaldi, entre otros, votaron asociados al macrismo por el traspaso de los edificios del horror y los campos de concentración. Eso produjo una fractura expuesta con Gabriela Cerruti y el hermano de Mariano Ferreyra quienes chocaron contra su conciencia. Casi no quedan organismos defensores de los derechos humanos autónomos y autárquicos. El liderazgo de Cristina les puso la camiseta a casi todos y en muchos casos, hubo lluvia de cheques que fueron verdaderas pesadillas compartidas.

Y finalmente los medios, siempre los medios y el periodismo, esa obsesión intolerante que Néstor y Cristina le contagiaron a todos. No entienden ni les interesa entender la lógica de la comunicación porque sólo conocen las reglas del sometimiento. Jorge Capitanich dio lástima mendigando “un semáforo verde” de Clarín” y recitando porcentajes de cobertura de hechos policiales de los canales de televisión cuando no pueden dar una sola estadística criminal más o menos seria. Crónica y C5N también cayeron en la volteada de “amplificar la inseguridad”, pero se salvaron CN23 y canal 7 que son los que tienen audiencias más que modestas. El querido y talentoso Eliseo Verón hace tiempo instaló los conceptos de “lectorado” y “auditores” en lugar de lectores u oyentes o televidentes, certificando que no hay argumento más sólido e incontrastable que la realidad. Por más campaña que haga cualquier pantalla. De hecho uno de los grandes fracasos de la década robada fue la inversión multimillonaria que el Gobierno hizo en comprar medios y periodistas en el más amplio sentido de la palabra y el magro resultado que logró.

Cristina celebró Facebook como el instrumento para vincularse sin la intermediación de los medios. Exactamente eso es lo que hicieron los caceroleros que tantos dolores de cabeza le produjeron. Es una herramienta que multiplica la velocidad de la comunicación, pero lo que importa es el contenido que uno le ponga adentro.

Nadie registró demasiado que en este tema la presidenta Cristina modificó parte de su pensamiento. Les pidió a los jóvenes de La Cámpora y sus satélites que se hicieran conocidos para evitar que los estigmaticen. Eso explica que muchos cuadros oficialistas ahora vayan como invitados a programas de radio y televisión a los que antes combatían o relativizaban su importancia. Muchos no pueden explicarse a sí mismos qué hacen “blanqueando” a canales o radios a los que habían acusado de golpistas o de tener las manos manchadas en sangre. Andrés Larroque, (a) “El Cuervo”, el jefe camporista desconocido para las masas, inexperto ante las cámaras llegó a decir que “es fácil imitar a un político, pero no tienen coraje de imitar a Magnetto o a Rocca” como si ese recurso humorístico sirviera para aplicar a gente con un perfil tan bajo.

Con la precisión de un cirujano más que la de un economista, Martín Lousteau los definió como “jóvenes que piensan viejo, conformistas del poder. Ser rebeldes es pelearte con la corrupción”. No pasó, pero podría haber pasado que Larroque, o cualquiera de sus compañeros de ruta preguntara: “¿corrupción, qué corrupción?” Cuando el relato naufraga es porque el barco está averiado o llega a puerto casi sin combustible.


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