Por Roberto García |
Como en las añejas exhibiciones cinematográficas, los
comicios de mañana deberían acompañarse con una advertencia, referida al
condicionamiento del que todos hablan, pero ninguno manifiesta –la salud
presidencial–, que provoca especulaciones, encuentros sigilosos y sorprendentes
diálogos en los que dictan cátedra advenedizos de la medicina o del
constitucionalismo. Sin distinción de fracciones, hasta uno mismo.
Y debido, por supuesto, al egoísmo informativo de la Casa Rosada, ese secretismo casi inexplicable en una administración democrática. Azuza las dudas y alienta sospechas tamaña fragilidad comunicacional.
Y debido, por supuesto, al egoísmo informativo de la Casa Rosada, ese secretismo casi inexplicable en una administración democrática. Azuza las dudas y alienta sospechas tamaña fragilidad comunicacional.
Para colmo, sumado al vacío
profesional y médico, o al escape silencioso de los funcionarios –más allá de
que haya sido Ella, en el mejor de los casos, quien impuso el veto a la palabra
por conveniencia política–, trascienden declaraciones suspicaces de leales como
Carlos Kunkel: “Cristina no es imprescindible”. O, más atrevida, la acción de
un ministro como Florencio Randazzo, quien dice proceder sin consultar a la
Presidenta en reposo (estatización del Sarmiento) y, menos, a quien se supone
que ejerce el cargo, el suplente, interino o efectivo que la reemplaza, Amado
Boudou. Casi de régimen tropical este menosprecio a la investidura, un
tormentón en ciernes si Boudou debiera pernoctar más tiempo en las
inmediaciones de la Rosada.
Si no ocurren contingencias o anuncios, a partir del lunes
se inicia otra contienda electoral, superior a la que finalizó la jornada
anterior. La batalla por el título mayor. Los candidatos son muchos más de los
que aparecen en la superficie, festejen o no dentro de 48 horas. Ya que hasta
el castigado oficialismo exhibirá una fingida alegría invocando la contumacia
cierta de mantenerse como la fuerza política más poderosa del país. Habrá que
ver, hacia adelante, a cuál de los tres chanchitos le pertenece esa casa
cristinista que enfrentará los vientos futuros. Por supuesto, hay otro relato
distinto, victorioso, más suficiente y concreto, el de los que triunfarán en
distritos diversos, de Mendoza a Córdoba, de Capital a Santa Fe, y uno clave
como la provincia de Buenos Aires. Por el peso específico del territorio, de
ese núcleo emerge con nitidez Sergio Massa, quien hasta tal vez se pronuncie en
la noche del domingo sobre uno de sus rivales inevitables, Daniel Scioli, al
que quizás le reserve más de un reproche por no haberlo acompañado en su
oposición a la re-reelección de Cristina y, sobre todo, por desertar del
compromiso que juntos habían asumido para integrar un frente común. Aunque, en
rigor, más allá de quejas, Massa debería agradecer como favor lo que le hizo
Scioli: hasta ese momento, su aspiración superior era la candidatura a la
gobernación, al abandonarlo el gobernador le quedó la Casa Rosada como
objetivo.
Por citar sólo ese mundo de peronistas puros, tradicionales,
ambiguos, oportunistas o disidentes, la riqueza de postulantes es variada.
Aparece, como siempre, el conocido cordobés José Manuel de la Sota, lejos del
cristinismo; y, como novedad, por el contrario cerca de la dama oficial, un
preferido como el entrerriano Sergio Urribarri, siempre y cuando gane con
holgura en su provincia. Al que nadie menciona en las nóminas, sin embargo, es
a otro que está dispuesto a jaquear a Scioli. Se trata de Julián Domínguez,
titular de la Cámara de Diputados, con perfil discreto, más desconocido su
rostro que el de un actor secundario en una tira de la tarde, y quien desde
hace tiempo ensaya con el sueño presidencial. En algún sentido, obligado por
conclusiones obvias: su postulación se saltea el paso por la gobernación debido
a que alguna vez creyó, con información privilegiada, que ese lugar era
pretendido por Cristina si no lograba que se aceptara su intento de reelección.
Para más de uno, lo de Domínguez es una novedad absoluta su irrupción como
aspirante, a pesar de que no le faltan antecedentes: viene de la militancia
católica, es naturalmente conocido del ahora Papa, antes lo visitaba a menudo
cuando era Jorge Bergoglio (podría decirse que, del pasado, reconoce influencia
en monseñor Laguna, aquel obispo alfonsinista ). Avanzó en la política, o en
los cargos, gracias a Carlos Ruckauf, quien lo hizo secretario de Estado cuando
ocupó el Ministerio del Interior. Parece que congeniaron y, más tarde, cuando
Ruckauf se presentó para la gobernación, lo llevó como su jefe de campaña.
Entonces tuvo que soportar la intriga de Eduardo Duhalde, quien requería ese
puesto para su escribano de confianza, Hugo Toledo, entonces suegro de Martín
Insaurralde. Litigios varios tuvo con otras figuras del mismo territorio: nunca
engarzó con Felipe Solá y lleva años en una guerra de zapa con el hoy ministro
Randazzo (uno con propósitos de ascenso más modestos, como la gobernación de
Buenos Aires, ya en el cristinismo en abierta lucha con Diego Bossio por el
mismo cargo, quien de la Anses imagina subirse a Economía y promete grandes
cambios y satisfacciones para la Argentina). Aparte de las desavenencias, otro
rasgo personal en Domínguez: siempre pareció más cerca de Cristina que de
Néstor, lo que en la primera etapa de la “década ganada” no le rindió grandes
beneficios. Ese vínculo amigable con Cristina, le serviría para navegar en
aguas que son prohibidas para otros.
Por ejemplo, para el chaqueño Jorge Capitanich o el salteño
Juan Manuel Urtubey, también del círculo apreciado del cristinismo, pero sin la
prudente distancia que exige la mandataria en sus relaciones. Y que Domínguez
cumple con rigurosidad, conocedor del gusto de Ella por el silencio. Y también,
por su preferencia en aquellos que no disponen de poder territorial, a quienes
sólo la mujer les cede o no un espacio político. Casi como un Boudou, aunque
tal vez sin el controversial destino que hoy le corresponde al vice o falso
presidente, sin techo ni vivienda, aislado hasta por quienes lo promovieron y
más bien desahuciado por la audiencia general. Pero legatario principal si se
cumplen las escrituras ante contingencias que nadie conoce. A pesar de que en
la derrota del domingo, se vista de Cristina y Evita para gritar: “Volveré y
seré millones”. Le conviene más que si debe hacer un camino en solitario.
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