sábado, 8 de junio de 2013

Ir por todos

El kirchnerismo genera vengadores en tierra bonaerense. El temor de los impuros.

Por Roberto García
Si hasta La Tota y La Porota se plantean dudas, deliberan, cambian mensajes. Sin correrse del alineamiento cristinista, claro, pero interesándose en la evolución de ciertas alternativas, de Sergio Massa a Francisco de Narváez. Quizás huelen mal, como si el territorio fuera Dinamarca. Quienes expresan esa presunta desconfianza de los dos mayores referentes oficialistas en la Provincia, La Tota de Ituzaingó y La Porota de Florencio Varela, son algunas ramas todavía vivas del añejo duhaldismo –brotes de aquel Eduardo que se niega a dejar la política, opera en el distrito, trata de persuadir legisladores y jura no perseguir ningún cargo, ni para él ni para su esposa, la Chiche–, empeñadas en la venganza, en corregir lo que ellos mismos gestaron.

Y, como se sabe, ese propósito resentido gobierna más a los humanos que cualquier otra condición, lo obsesiona.

Y creen ver esos optimistas del cambio que hasta los que ellos bautizaron despectivamente como La Tota y La Porota –no es función de esta columna develar la substancia nominativa de esos pseudónimos– son parte de un paquete más amplio e inquieto de intendentes desencantados con la Presidente. Por lo menos, con la voluntad femenina de integrar las listas electivas sólo con voluntarios de La Cámpora, con carnet y vincha, como dicen que dijo el hijo de la mandataria, Máximo. Nadie los podría reconocer como vástagos de la romana diosa Levana, de rostro desconocido, la que al recién nacido le otorga la ternura y le hace mirar las estrellas para que, respetuosamente, “observe a los mayores”.

Ese acto religioso no está en su nomenclatura caníbal. Son otra naturaleza.

Tal vez en esa pretenciosa apropiación de cargos vestida de parricidio, en el arrebato previsible, se nutra la sorda rebelión a la Casa Rosada. “Vienen por nosotros, más tarde o más temprano”, se repiten los intendentes; y, como los pingüinos, algunos serán devorados si no se mueven. Como trituran a Daniel Scioli, como lo harán con Massa si éste no consuma lo que tanto anuncia (el l2 presentaría su nuevo partido, Frente Renovador, pero dilataría su propia nominación a eventual diputado). No son el proyecto, les falta pureza... En cambio, sí pertenecen Boudou y Bossio, Conti y Mariotto, Alperovich e Insfrán, Ishi y Curto, La Tota y La Porota. Hasta que, llegado el momento, un análisis de sangre diga lo contrario. Ese desalojo intimidatorio ha forzado el apoyo o el simulado respaldo al intendente de Tigre, más que cualquier otra razón; por si fuera poco, el propio Massa lo advirtió: no debe olvidarse que él viene del rancio corazón de la pareja en Olivos.

Una rebeldía subterránea se advirtió y Cristina decidió bajar algunos postulantes, postergar la ofensiva y, de paso, recordar que puede ser magnánima en el retroceso, aunque también cruel para cortar víveres a los más díscolos. Más histrionismo que poder: si los otros tienen poco y temen dos años en el desierto, Ella carece hasta de candidato (debe hundir a su cuñada en apariencia por falta de consideración) y su mandato languidecerá si no reúne determinada cantidad de votos en octubre. En esa batalla ideológica, para decirlo con humor, se encuentran las dos partes del peronismo bonaerense y no lo ignoran La Tota y La Porota.

Claro que el frente electoral no se limita a lo que ocurra en esa tierra de extorsiones bonaerenses, menos cuando no se sabe si habrá elecciones primarias (una jueza ya las suspendió) y si el engendro de la reforma judicial –expresado en la convocatoria a los consejeros de la magistratura– será declarado constitucional.

La Corte hoy parece atribulada para pronunciarse, con más dudas inclusive que Cobos el día del voto “no positivo”. Y Cristina, si le va mal con la nacionalización de los comicios por obra de la Justicia, dispone de la denuncia: lanzar pestes y culebras por la inhabilitación del voto popular para instalar la elección del nuevo Consejo de la Magistratura. Parte de la campaña, una forma de encubrir –entre otros temas– su pésima defensa por las imputaciones de corrupción que azotan a la Administración y a la mandataria en particular, encajonada infantilmente en culpar a los poderes concentrados por la difusión de groseros y grotescos montos de dinero. Poco imaginativo resulta afirmar que son sólo “operaciones mediáticas”.

A los enigmas por candidaturas y formas de votación habrá que agregarle la certeza del imperio de la denuncia, el fenómeno de los meses en curso. Llave maestra, quizás, para la contienda venidera. Al menos en la Capital Federal, donde Elisa Carrió engorda un voto escuálido gracias a esa tendencia que abona un programa de la tele los domingos por la noche.

A quien nadie votaría para Presidente, entonces, parece que muchos la votarían para diputada, como si fuera una Lanata de la política por el rating (no en vano, alguna vez, quiso llevar al periodista en su nómina partidaria).

Y justo es admitir que colecciona carpetas y repertorio en ese sentido, como la que reflotó esta semana sobre el ministro Arturo Puricelli, quien en algún momento fue un arrepentido denunciante contra los Kirchner. De los tiempos en que discrepaban, cuando Néstor se alineaba con Domingo Cavallo y Puricelli respondía a Alfredo Yabrán.

Aunque ese capítulo se le escapó a la ascendente Carrió.

© Perfil

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