Por Roberto García |
Por lo menos, en el ruido, hasta el 7D que determinó el Gobierno contra Clarín (si la Corte no interviene), fecha oficial para “actos administrativos” aún desconocidos. Sorprende el vértigo y mareo de las fechas con el cual una fotografía reemplaza a otra y, en la sucesión, una indecorosa suplanta a otra patética, archivándose en el declive del transcurso las instantáneas del 8N, protagonizado por una clase media anónima, también el último paro de trabajadores, que no son precisamente clase media (salvo para la estadística oficial que le otorga esa categoría de placidez suiza a la mayoría de los argentinos). Típico fenómeno, este de la velocidad y el olvido, del subdesarrollo mental de un país.
En ese novelón, para el Gobierno hay maldiciones que pueden
ser benditas. Griesa se convirtió en el espolón de los buitres. Pago además,
vociferan algunos. Anticapitalista, dicen con horror las mismas fuentes vernáculas
y progresistas, porque impide con su fallo que otras naciones deudoras se
mantengan en el sistema, no puedan reestructurar sus insolvencias, tengan que
pagar lo que juraron pagar, castiguen a bancos y ahorristas. Son frases poco
auténticas que sirven para salir del pozo oficial, cambiar la mira, evadirse de
los reclamos.
Sería curioso que el fallo de Griesa quizás sirva para
interrumpir los errores presidenciales. Aunque la habilitó para instalar una
causa, defenderse con la bandera y dividir con una malvinización de la deuda –a
la cual tan poca atención se le dio resuelto el último canje, puede afirmarse
sin entrevistar a Roberto Lavagna– a quienes compartían una misma protesta con
intereses distintos: los del 8N y los del 20N, a esa parte de la sociedad a la
que se tienta con la enseña, el alimento de los niños y esa felonía conceptual
de “vivir con lo nuestro”. Con lo cual, insólitamente, no todo lo que es malo
para un país puede ser malo para el gobierno de ese país. Aunque las
consecuencias de un default representan una alteración sustancial del modo de
vida para un país y sus gobiernos, más temprano que tarde.
¿Habrá default, volverá la asfixia de la deuda energúmena,
se podrá cambiar lo de Griesa, se venderá la fragata Libertad como chatarra en
un mercado de piratas? Algunas actualizaciones sobre los dos temas que son un
mismo tema:
*El caso de la nave anclada en Ghana podría alcanzar una vía
de salida en el Tribunal del Mar. Pagando, tal vez una caución. Hay una pregunta obvia: ¿cómo es
posible un pago si la Argentina aseguró que no cederá una moneda a los fondos
buitre? Si la solución proviene del tribunal internacional, la caución quedará
en manos de ese organismo, no de Ghana ni de su Justicia, que se la hubiera
cedido a los fondos buitre. No se conoce el desenlace, pero si mediara y se
aceptase al Tribunal del Mar, los principios del Gobierno no quedarían
abandonados en la escalinata de la Casa Rosada. Es una probabilidad cierta,
aunque Cancillería y Defensa deberían explicar la prisa por la apelación ante
Ghana –luego de que los abogados recomendaran sin éxito aguardar 24 horas para
repasar la presentación– que generó el rechazo de la Corte de ese país. Hubo
olvidos que se tratan de reparar ahora en el tribunal y si bien los dos
ministerios intentaron no hacerse cargo de sus responsabilidades, gracias a la
intervención de la Procuradora –finalmente es una abogada–, la culpa no se
trasladó al cuerpo de letrados contratados y permanece en el limbo de la
inoperancia oficial.
*Un reproche principal que incluirá el lunes la Argentina
ante la Cámara de Nueva York, para objetar la decisión de Griesa, pasa por un
presunto exceso en su interpretación de lo que le instruyó ese cuerpo. Aunque
el juez invoca íntimas convicciones para justificar su determinación de que la
Argentina le pague la totalidad de sus acreencias a los fondos buitre –basándose en la pertinacia de la Rosada para
no pagar y hacer propaganda de ello–, la cámara podría entender que Griesa
avanzó exageradamente en la encomienda pedida: le solicitaron una herramienta
para instrumentar en forma equitativa el pago a los acreedores que no
participaron del canje. Es decir, que se apartó de lo que le habían pedido. Al
margen de que el fallo Griesa pueda ser objetado por la propia cámara y derive
por último a un tratamiento igualitario junto a los que participaron de la
renegociación, queda hacia adelante otro capítulo sin dilucidar: la insistencia
del Gobierno por no pagar a quienes no entraron en el canje y que la Justicia
de EE.UU. tal vez pretenda incluir. Discusión que se viene, entonces, entre los
principios sostenidos por la Administración y otro fallo quizás corregido –pero
que implica pagar menos de lo que manda Griesa, pero pagar– a los fondos
buitre. Se avecinan muchas horas hombre de estudios jurídicos y largas
controversias judiciales. Eso sí, está descartada una interpretación equívoca:
si la Argentina se sometiera a lo que dictaminó Griesa, esa posibilidad no se
podría extender al resto de los acreedores que hicieron el arreglo con la
Argentina (93%) por más que existe una cláusula compensatoria que podría llamar
a engaño. Ella es voluntaria, alude a una generosidad pródiga e impensada del
Estado, pero se excluye de lo que puede imponer la Justicia norteamericana. No
sería el libre albedrío del Gobierno el que paga, sino que en todo caso lo
haría por exigencia compulsiva de la Justicia, contra su voluntad. Es
disparatado pensar en un riesgo de caer en una deuda adicional por más de cien
mil millones, lo que se discute en todo caso es el saldo (siete por ciento) que
reclaman los fondos buitre. Igual es un dilema.
En esta parte del XXI, a su vez, se repite por otras razones
la distinción de otras dos partes que a su modo seducen o sedujeron a la clase
media. Uno, Héctor Magnetto, zar del Grupo Clarín, no puede hablar por una
operación y, si lo hace, se vuelve tortuosa la comprensión, está inhabilitado
para la aparición pública. Mientras la otra, Cristina, star exclusiva de la
cadena oficial, se excede en las actuaciones y agobia con una catilinaria, que
en honor a su narcisismo convierte en sagrada la palabra y en histórico un
simple buenos días.
© Perfil
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