Por Alfredo Leuco |
De cómo se mueva ese
quinteto que hoy articula consultas, afectos y reuniones más de lo que se
conoce, depende quién será el próximo jefe de Estado a partir de 2015. No es
una exageración de las estadísticas decir que el eje Buenos
Aires-Capital-Córdoba, sumado al sector con mayor capacidad de movilización
obrera, tiene gran parte de la batalla ganada.
Por eso es clave el paso que dio Lavagna antes de viajar a
dar una conferencia a Marruecos. Porque le asegura el triunfo al peronismo en
el distrito o, por lo menos, una pelea cuerpo a cuerpo por el podio con
Gabriela Michetti y Pino Solanas dejando al cristinismo en el cuarto lugar.
Ese justicialismo sensato, dialoguista, de gran relación con
la clase media y con excelencia técnica de Lavagna está muy bien posicionado en
dos de las encuestas más confiables, pese a que aún no lanzó su candidatura. Es
un territorio donde Scioli, Macri y Binner tienen mas de 32 puntos positivos de
diferencia entre la imagen buena y la mala y donde Cristina logra un increíble
25% negativo producto de restar el 36% que la apoya del 61% que la critica. No
es casual que sus caras porteñas más visibles tengan un desempeño bajo cero:
Daniel Filmus y Aníbal Ibarra ostentan una diferencia negativa de 3 puntos y de
36, respectivamente.
Según las mismas consultoras, Córdoba es garantía electoral
para De la Sota, y la provincia más grande de la Argentina tiene tanto en
Scioli como en Massa un camino hacia la victoria. Todavía no está claro qué
actitud tomará cada uno.
El intendente de Tigre, un fenómeno infrecuente en las
mediciones, sigue construyendo alianzas con sus pares, y exporta su modelo de
gestión y de combate a la inseguridad. Rechaza el costado más autoritario del
oficialismo y es rechazado por los jóvenes camporistas, igual que Scioli, por
encarnar “la restauración del neoliberalismo corporativo”. No olvidan la
durísima calificación que hizo de los Kirchner en la embajada de Estados Unidos
que luego filtró Wikileaks.
El gobernador goza de un período de coexistencia pacífica
con Cristina. Es porque en su oportunidad los ataques, tanto de la Presidenta
como de sus embajadores en la Provincia y hasta de Horacio Verbitsky,
potenciaban el crecimiento de la figura de Scioli. En este sentido, fue todo un
símbolo el último acto en La Plata. Acompañaron a Scioli en el saludo del escenario
su hombre de mayor confianza, Alberto Pérez, que a su vez es el más duro
verdugo de Martín Sabbatella y Ricardo Casal, el ministro que el
asesor-periodista no pudo voltear. En las tribunas, alrededor de 4 mil
militantes cantaron por Scioli presidente, y casi no hubo ni una sola bandera
de Cristina o de Néstor. El afiche naranja que convocaba tenía el rostro del
gobernador en primer plano con las imágenes de Perón y Evita atrás. A buen
entendedor, pocas palabras. Los cristinistas ya saben a quién no quieren, y
muchos peronistas bonaerenses apuestan a Scioli pero no dejan de observar los
movimientos de calentamiento precompetitivo de Sergio Massa. Una cosa no quita
la otra.
El caso de Hugo Moyano es inexplicable para cualquier
europeo. La mayor incógnita a develar es por qué Gerardo Martínez dice, y sabe
lo que dice, que la unidad de ambas CGT está más cerca que antes del paro.
Martínez registró que la inflación que erosiona los salarios bajos y el
impuesto a las ganancias que cepilla los sueldos más altos tienen muy molestos
a los laburantes que votaron a Cristina. Hasta Antonio Caló llamó al Gobierno
“a escuchar” las exigencias de sus adversarios circunstanciales de la otra CGT.
Eso explica por qué muchos se insubordinaron a sus cúpulas sindicales y se
sumaron a la protesta. Hasta la UOM, mediante un comunicado en defensa de
Vandor, trató a Moyano de “compañero” y a Aníbal Fernández, uno de los
gladiadores mediáticos de Cristina, como “un saltimbanqui trasnochado que no le
llega a los talones” al viejo lobo metalúrgico.
Cristina oculta las acusaciones a Gerardo por su
participación como buchón en el lugar más tenebroso de la dictadura más
tenebrosa: el Batallón de Inteligencia 601. La Presidenta se traga ese sapo
igual que en los casos de Armando Cavalieri y Oscar Lescano, entre otros que
tienen más millaje en viajes de placer por el mundo que un ejecutivo del
turismo. Sin embargo, la Presidenta chicaneó al honrado Pablo Micheli diciendo
que no se imaginaba a Kosteki y Santillán viajando por Miami.
Contradicciones del relato que tiene demasiadas grietas
producto del freno económico, el ajuste de tarifas de gas y luz que no excluye
a los más pobres y de la impericia de enfrentar como verdaderos pajarones a los
buitres en las batallas de Griesa y Ghana.
Hay fanatismo por instalar su lectura ideologista. Moyano lo
explicó cuando reveló que le fueron a pedir que colaborara con un millón de
pesos para la película de Néstor: “Lo querían mostrar como un Che Guevara
moderno”. Y está claro que Kirchner no lo fue. Ni siquiera tuvo la trayectoria
combativa ni la austeridad republicana de Lula, Dilma, Pepe o Bachelet. La suma
de tropiezos enfureció a la Presidenta, que no dudó en llamar “tuerto” y “feo”
a su ex marido para reivindicar que “miraba más allá que todos” y que “se quedó
con la más linda”.
Porque te quiero te aporreo, parece ser una costumbre. ¿Era
necesario desautorizar en público a Juan Manuel Abal Medina? “Yo no le llamaría
piquetazo, Juan Manuel”, le disparó enojada desde el atril. Hay una mirada
irracional que se consolidó entre el autoritario “vamos por todo” y el “ sólo
me interesa el juicio de la historia”. A Cristina, en cambio, sí se la vio muy
feliz el viernes en el Festival de Cine de Mar del Plata, rodeada de actores.
Aguante la ficción.
© Perfil
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