Por Gabriela Pousa |
Vic Marswell es un cazador que organiza safaris. En su pequeño hotel se
encuentra hace algún tiempo la atractiva Eloise Kelly, con la que este ha
iniciado una relación. Llega un matrimonio estadounidense y contrata los
servicios de Marswell para filmar gorilas en libertad. Pronto, la esposa queda
impresionada por el maduro cazador y se enamora perdidamente de él. A su vez,
el intrépido hombre, sintiéndose halagado, se cree también enamorado de ella.
Eloise Kelly contempla esta situación con celos, dolor e incredulidad.
Esa es la historia recreada en Mogambo, una película estadounidense de
1953, dirigida
por John Ford, con Clark Gable, Ava Gardner y Grace Kelly, basada en la obra de
teatro homónima de Wilson Collison.
¿Qué tiene que ver todo ello con el presente? Nada y tanto… Si
hablamos de una historia de encuentros y desencuentros, de una aventura por la
jungla, de una tensión entre lo correcto y lo incorrecto, puede decirse que
estamos en lo mismo.
El film narra un conflicto, nosotros lo vivimos.
Sin embargo, hay otro nexo entre la ficción cinematográfica y nuestra realidad que ilustra hasta qué punto se ha llegado. Azarosamente o no, aquel guión fue el que originó la etiqueta que parece estar jaqueando nuevamente a los argentinos. No lo imaginó Clark Gable, tampoco debe haber sido la intención de quienes por 1955 hacían “La Revista Dislocada“, un programa de radio que se transmitía dos veces por semana con récord de audiencia.
Sin embargo, hay otro nexo entre la ficción cinematográfica y nuestra realidad que ilustra hasta qué punto se ha llegado. Azarosamente o no, aquel guión fue el que originó la etiqueta que parece estar jaqueando nuevamente a los argentinos. No lo imaginó Clark Gable, tampoco debe haber sido la intención de quienes por 1955 hacían “La Revista Dislocada“, un programa de radio que se transmitía dos veces por semana con récord de audiencia.
Durante la transmisión se hacia una suerte de parodia sobre el suceso de
Mogambo, de ahí, y sin que medie ninguna ciencia para explicarlo, se popularizó
la expresión: “Deben ser lo’ gorila, deben ser”. Esta fue inmediatamente
relacionada con los rumores de movimientos políticos enfrentados al peronismo.
De allí a este presente, el escenario es conocido.
Ahora bien, en los últimos años, el país volvió a estar signado por la
vieja puja. El afán del kirchnerismo por dividir a los argentinos logró
revivir el enfrentamiento, acentuando aún más el abismo entre ellos. Ya no se
trata apenas de peronistas y no peronistas, hasta tal punto se ha
radicalizado la pelea, que hoy sobre el ring todo se polariza. De un
lado los buenos, del otro, los malos.
Lo triste es que esas diferencias se fomentaron y fomentan desde
Balcarce 50. Arteramente se ha vuelto a partir a la sociedad en bandos.
La grieta se percibe en todos los ámbitos, y va más allá de otras
categorías obsoletas, que también intentan posicionarse a fin de acentuar
diferencias. No se trata de una lucha netamente ideológica, ni de una
defensa principista. Se está a favor o en contra, y esa sola alternativa define
y determina.
El condicionamiento es total. No puede acordarse en lo económico y
disentir en lo social. Se agotaron los matices, entre blanco y negro
hay un abismo de opciones relegadas que ni siquiera pueden ser contempladas.
Es ‘si o no’, como con el embarazo. Los términos medios se
invalidan. Las razones se ausentan, las herencias se vacían. Hicieron nacer
un nuevo “gorilismo” inútil, confuso o confundido en el cual hasta a
Perón se deja excluido.
Aquello que unos odian, otros lo idolatran. Sólo hay vida en los
extremos. Depende desde donde se lo mire, una letra de abecedario condena o
redime. Es el ‘apartheid’ contemporáneo, un rayo en el ala de Dédalos.
En ese contexto, la historia se reescribe antojadizamente. Es un
imperativo: hay que definirse. No es tiempo para tibios. Surgen cada vez con
más virulencia las proclamas y los slogan. La campaña ya no es únicamente
de los políticos. Partidarios de uno y otro lado ni siquiera discuten sus
diferencias. Los argumentos caen en saco roto, y el atropello es en este
momento, lo que alguna vez fuera el convencimiento.
El Hamlet contemporáneo insta a tomar cartas en el asunto. El que no juega es desterrado, pero nadie sabe
del todo donde esta parado. La pasión ciega y agota las ideas. Sin certeza de
que haya amores, hay sin embargo odios declarados.
El gorilismo dejó de ser una posición respecto a un líder o partido para
ser un delirio acorde al que caracteriza al actual teatro político. La cordura no tiene cabida, la ideología se
desdibuja. En igual plano se equiparan y comulgan conservadores, ortodoxos y
comunistas.
El kirchnerismo que ha sido desde el vamos ofensivo, hoy se agota en una
defensa torpe de si mismo. En ese trance, el “gorila” se independiza del
peronismo. Provenga de Marx o del más encumbrado liberalismo, se lo obliga a
adoptar una categoría que identifica y catapulta a primera vista.
Tampoco es fácil ser de los “buenos” en estos tiempos. ¿Cómo salir en
defensa de “diez años de crecimiento” cuando se pone en evidencia el colapso
energético? ¿Cómo justificar diez años creciendo a tasas chinas con los fondos
buitre encima? ¿De qué manera aplaudir la distribución de riqueza con aumento
en el índice de miseria?
Tan patética resulta la lucha que, mientras escribo, está planteándose
la disyuntiva: ¿el juez Griesa o los kirchneristas? Guste o no, el
jurista americano ya ha sido embanderado, y la opinión que podamos tener frente
a la deuda en cuestión, nos dirime entre patriotas o cipayos.
De esa forma es como también el sindicalismo sale a pista con la opción Moyano
o Caló, y hasta la desvencijada Unión Cívica del radicalismo se paraliza
frente a un Alfonsín o Moreau. En las entrañas del belicismo,
se libra otra interna sin sentido: Néstor o Cristina. La trampa es
poner como opción la otra cara de la misma moneda.
Quien plantea una disidencia recibe a cambio una afrenta. Epítetos vulgares ocupan un porcentaje demasiado
grande de los 140 caracteres aptos en las redes sociales. Insultos y agresiones
en lugar de certezas y razones.
En ese ámbito, pareciera que el 7D se libra una batalla decisiva.
Absurdo planteo maniqueo: optar entre Clarín o el gobierno. No interesa que se
coincida con algún punto de vista. La lógica no cuenta.
Hay que fanatizarse: si no es Jorge Lanata es Víctor
Hugo. Si no es la televisión pública es TN ocanal 13,
si no es Boca es River. Adiós Independiente,
Racing o San Lorenzo.
Ese es también el marco de las cuentas de Twitter y Facebook. En ellas, puede
evitarse el nombre, negarse origen y religión, pero se recalca a priori la
bandería como si ahí estuviese la trascendencia. Y quizás así sea.
Ser o no ser… Hay que
vender, esa es la consigna. Es el triunfo de la marca sobre el
individuo. La causa aplasta el juicio crítico. Lo agota, lo asfixia, lo deja
simplemente, sin salida.
K o Anti K es la consigna. Pertenecer o no pertenecer. En este hábitat
de fundamentalismo y porfía, los argentinos dirimen, más que una clasificación
política, una
concepción de vida.
Y este es apenas el camino de ida…
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