sábado, 29 de septiembre de 2012

¿Quién la asesora?

Por Roberto García
La sintonía fina –también uno repite tonterías– llegó al lenguaje local; se cambia ahora “todos y todas” por “la mayoría”. No es la única gran transformación epistemológica del “modelo” ante las nuevas acechanzas críticas, las manifestaciones en la calle y la obvia pérdida de credibilidad del Gobierno y su titular. También se incorporan frases y bromas al mensaje presidencial como si fueran logrados descubrimientos y, en rigor, son lugares comunes que han sido transitados hasta el hartazgo desde hace medio siglo en los colegios secundarios, desde “laica y libre” por ejemplo. Como el latiguillo de que “no hay golpes en los países que no tienen embajada norteamericana”, ironía de aquellos tiempos en que Washington confesaba tener sus propios hijos de puta en los gobiernos de Iberoamérica.

La referencia aludía a los Somoza, pero también les cabía a otros nacionales, populares, demagogos. Entonces endulzaba a militares que reemplazaban a otros militares, Centroamérica era un campeonato de golpes de Estado, y personal que se creía propio instalaba en Cuba misiles soviéticos al tiempo que se confesaba marxista. Tan lejos está esa evidencia que, ahora, las apelaciones humorísticas de la mandataria son un chiste viejo, más cuando las embajadas de Estados Unidos al sur del río Bravo –para seguir con las recurrencias de los 60– son sinecuras para aportantes en las campañas o destinos bucólicos para algún representante de minorías. Afortunadamente.

Pero no sólo algo cambió en el país; también mudaron opiniones en el exterior. Al menos Ella. Ya no sale de la suite hotelera altivamente para desfilar, con boina ad hoc, look Juliette Greco, en una marcha humanitaria por las calles de París, registrada por la TV Pública y privada. Al contrario; ahora no puede exponerse, provoca agravios e insultos, le hacen cacerolazos en la Gran Manzana; hasta pasear por el Central Park puede ser más peligroso que antes de Giuliani. Una vejación injusta, como si fuera un dictador africano. Quizás sea una campaña promovida por los intereses del monopolio Clarín, como denuncia el oficialismo. Pero Ella se anonada, sanciona –envía mensajes en ese sentido a sus huestes del Sur– y se enoja como el personaje de Qué he hecho yo para merecer esto. No hay respuesta, pero sí un tema musical nuevo de Los Súper Ratones (el grupo que más interesaba al ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, como Mancha de Rolando con Amado Boudou) que se expresa metafóricamente al respecto. Sutilezas de la vida, exageraciones del periodismo por enlazar la vida con el amor, el odio y la política, sin duda.

Debe haber un motivo existencial y evasor en la burocracia del Estado, por lo tanto, para enviarla a Cristina como protagonista de una campaña retro, hacia un túnel del tiempo con citas de lo que otros viejos leyeron sólo en titulares, suponiendo que pasados best sellers de universidades –Huntington o el japonesito que Gustavo Beliz, ministro de Kirchner, traía a la Argentina– son letra viva hoy. Como si respiraran y se movieran los ejércitos de terracota. Fueron esos nombres, apenas, una referencia de sobaco, laterales, sectarias expresiones, como suponer que Guy Sorman es un pensador del liberalismo. Otra vez lugares comunes, decrépitos además por culpa e influencia de internet y las redes sociales, y su pavorosa instantaneidad. Es sorprendente cómo se ganan la vida ciertos asesores de la Casa Rosada, casi como los periodistas en extinción, sin ver lo que ocurre en el aire, en el lenguaje espacial, buscando impresiones en libros escondidos de la biblioteca, amarronados y malolientes, sabiendo que hay un cliente que siempre compra esa mercadería creyendo que es de culto, incunable.

Fascinante ejercicio de librero, para incluir en los discursos conceptos de Franz Fanon sin dar su nombre ni recordar que, para él, entonces conservar el velo en las musulmanas era un acto revolucionario para la independencia mientras que esa obligada conservación del atuendo y tal vez otras costumbres que Occidente no entiende –la lapidación de las que engañan al marido o el ahogo en un balde de las chinitas a las que les toca nacer como segunda hermana– en la sopa de letras de Cristina representan culturas que no deben modificarse. Como la de que los indios no vayan al dentista ni al médico, se hacinen y contraigan alegremente enfermedades. Seguro que no piensa así, pero se expresa con demasiada velocidad o urgencia en su canal Volver (¿seguirá después del 7 de diciembre?) y cuesta entender su pensamiento global, como los requiebros a Francia y a los distintos ocupantes del Elíseo como defensores de los derechos humanos cuando, en esas mismas décadas a las que recurre Cristina en sus alocuciones, esos galos malhumorados perfeccionaron brutales tecnologías represivas en Argelia e Indochina, y sus agentes de inteligencia las desplegaron por el mundo, no evitaron relaciones con los militares argentinos, más bien los adoctrinaron y hasta casi con seguridad participaron en secuestros y desapariciones como los ocurridos en la iglesia Santa Cruz. ¿Ningún asesor le cursa esta información?

Tampoco le agregan un gramo de imaginación o talento para responder a las previsibles preguntas sobre el cepo cambiario, las conferencias de prensa, su ascendente patrimonio personal o la re-reelección. Demasiada improvisación, demasiado nerviosismo y, sobre todo, lamentable desprecio por ciertos sectores (lo de la Universidad de La Matanza resulta inexplicable). Visto a la distancia, Carlos Menem parecía más ducho al hablar de estos temas molestos, incómodos, menos aficionado por lo menos. Es que aun una travesía por el mundo estudiantil y superficial de la conservadora Georgetown o la neoliberal Harvard requiere de una mínima elaboración. Una abogada exitosa, como seguramente ha sido Cristina si se atienden sus palabras, debe saber que para estas instancias debería proponerle a su cliente no tanto expresar la verdad, cuya certeza siempre es controvertida, sino organizarlo para que se convierta en un hábil declarante. Curioso: a veces, lo que se vende en el mercado no es lo que se consume en la casa.

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