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domingo, 10 de agosto de 2025

Fracasos enmascarados por viejas cruzadas

 Por Jorge Fernández Díaz

La historiadora Camila Perochena, que viene de ser vapuleada por el Topo en el Estado y por sus encantadoras milicias digitales, evocó esta semana en su flamante programa de streaming una frase de Alberdi que pertenece a sus escritos póstumos, que por lo tanto es una reflexión secreta elaborada en los tramos finales de su vida y que este articulista había leído años atrás, siempre “industrializada” por nacionalistas del revisionismo. Decía allí Juan Bautista Alberdi que “los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros es algo que no cabe en la cabeza de un liberal argentino”. 

La cita no desentona con la propensión de aquellos falsos liberales que durante el siglo pasado corrieron en auxilio de caudillos militares –a la postre también populistas con el gasto público– para que le impusieran a la sociedad sus pócimas salvadoras, en el entendimiento de que el paciente era un adicto ingobernable al que se le debían aplicar los correctivos con chaleco de fuerza. Contradictoriamente, Alberdi pensaba que el progreso económico traería la democracia, mientras que Sarmiento –su eterno rival– sostenía exactamente lo contrario.

Es posible que la amarga referencia de Alberdi se vinculara con el resentimiento que le quedaba luego de haber sido exiliado del propio orden liberal impuesto en la Argentina. La historia, al revés de lo que piensan Cristina Kirchner y Javier Milei “guerreros memoriales”, según Perochena– no es una maniquea película en blanco y negro, sino una larga crónica de matices e incoherencias. Estos recuerdos, siempre pertinentes, se derraman sobre una semana durante la que un asesor del León afirmó que no eran reformistas sino restauradores. Suponemos que no vienen a restaurar la república, como intentó Cambiemos, sino directamente aquel régimen exitoso que se desarrollaba antes del sufragio. El más articulado y brillante intelectual del mileísmo, Agustín Laje, aclaró que su jefe y amigo no es “un líder mesiánico”, aunque toda la propaganda ordenada por Santiago Caputo en las redes sociales sugiere que lo es. El titular de la Fundación Faro explicó –quizá para fortalecer la alicaída aura anticasta del nuevo Restaurador– que este mira todo el tiempo el reloj y anhela volver a su vida normal después de esta “patriada”, lo que no quita que su dedo y su lapicera vayan a seguir siendo determinantes para un movimiento que juega con el cotillón del imperio romano y anhela la hegemonía. “Si gana en 2027 su liderazgo será hegemónico, como lo fue Cristina cuando sacó el 54% de los votos –confirmó el autor de La batalla cultural–. Y quien ponga al sucesor va a ser Javier Milei”. La tentación de construcción especular –perpetuo e involuntario homenaje a la arquitecta egipcia– no es un mero dato de color; los libertarios tienen un diseño en mente, y avanzan a marcha forzada hacia ese objetivo dorado: un paraíso donde sean absolutamente dominantes, donde puedan revivir la escribanía parlamentaria sin acordar con nadie y donde se aseguren 35 años de monopolio gestionario, sin disentimientos. Es curioso que algunos liberales que los acompañan en esa utopía estén tan felices porque aplican la “racionalidad económica”, pero no exijan con idéntica vehemencia una “racionalidad política”. Existe, parece ser, una sola manera de recortar el gasto público y una única forma de cumplir las metas, y son justamente las que imparte un grupo de iluminados con el que no se puede discutir prioridades y a los que hay que tolerarles una gobernanza sin presupuesto nacional y con vetos constantes. Tampoco es posible discrepar acerca de las alianzas estratégicas territoriales y legislativas para darle gobernabilidad al proyecto, y hay que acatar las filias y fobias de Balcarce 50 y los sometimientos que imponen los hermanos del poder.

El resultado de estas tácticas dinásticas redundó en otra derrota catastrófica en la Cámara baja, donde muchos diputados que no comulgan con el kirchnerismo aportaron votos contra la injusticia y la mala praxis, y no lo hicieron meramente desde la demagogia o contra la sensatez económica: está muy bien no bajar la bandera del déficit fiscal, pero no es correcto empeñarse en que existe solo una manera de hacerlo, y que esta es necesaria y obligatoriamente la que pergeñó en solitario el Poder Ejecutivo. Una cosa es la inocultable conjura destituyente, la mala fe y los “degenerados fiscales”; otra muy distinta es la voz de otros representantes del pueblo que genuinamente ponen reparos a algunas decisiones que se han tomado en áreas sensibles. Esta discriminación básica no se hizo, y los sopapos cayeron uno detrás del otro durante una sesión tormentosa. Ahora es necesario de nuevo disfrazar un fracaso bajo una cruzada del bien contra el mal, intentar aprovechar la trastada para revivir la desgastada polarización e ingresar más cómodos a la campaña. Existe la voluntad, dentro del círculo áulico del Presidente, de transmitir superioridad –los otros “no tienen nivel intelectual”– e infalibilidad –“todo marcha de acuerdo al plan”–, aunque estos días Hernán Lacunza demostró con un simple tuit cómo funciona el truco: “¿Baja el dólar? ‘Mandril!, se va a $1000’. ¿Sube el dólar? ‘Porque flota!’ ¿Baja la tasa? ‘¡Vuelve el crédito!”. ¿Sube la tasa? ‘¡Es endógena!’ ¿No compra reservas a 1150? ‘Con flotación no hacen falta’. ¿Compra reservas a $ 1280? ‘Saneamos el balance del Central’. ¿Emisión de deuda cara? ‘Para absorber pesos sobrantes’. ¿Venden dólar futuro barato? ‘Tranqui, solo se emitirían pesos’. ¿Baja el riesgo país? ‘Gracias al Gobierno’. ¿Sube riesgo país? ‘Por los degenerados fiscales’. ¿Rolleo deuda 50%? ‘Punto Anker’. ¿Rolleo 100% + 50%? ‘Punto Rekna’. ¿Baja la demanda de pesos? ‘Dolarización’. ¿Sube la demanda de pesos? ‘Competencia de monedas’”. A eso se suma una generalización implícita: para no ser demonizado un opositor debe inexorablemente uniformarse con un asfixiante buzo color violeta. “Es un déspota todo aquel que cree que ser opositor al gobierno es ser un traidor a la patria”. También lo decía Alberdi.

© La Nación

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