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domingo, 24 de agosto de 2025

Festival de transas a espaldas del votante

 Intriga ¿Por qué habrían de interesarse los ausentes en participar
en los próximos comicios?

Por Sergio Sinay (*)

Encerrada en una endogamia parasitaria y autoinmune, ajena a los males de un país al que le deben soluciones o, por lo menos, atención, la clase política fue absorbida en estos días por el juego que más le gusta, en el que sus miembros son profesionales imbatibles. La disputa, la negociación, la transa por porciones de poder. No importa el precio, no importa qué o a quién a quién hay que vender. Como al perro de Pavlov, cuando hay elecciones se les activan las glándulas salivales. Huelen la posibilidad de un lugar en las listas, un cargo o una porción suculenta de poder, según sea el caso. Y esto vale para todos, en esto se hace difícil, cuando no imposible, diferenciarlos. 

Algunos, la mayoría, nunca pretendieron ser otra cosa, y si alguien les creyó cuando declararon probidad, honestidad moral y otras virtudes, que se haga cargo de su ingenuidad o su fingida demencia. Otros llegaron con un discurso antipolítico con la promesa de terminar con lo que llamaron “la casta” y les alcanzó con un año y medio de gestión para mostrar que, además de pactar con aquello que venían a eliminar, crearon una nueva casta, más procaz, más precaria en sus contenidos ideológicos, más desfachatada en su absoluta indiferencia ante las consecuencias dolorosas y extendidas que sus decisiones provocan en vastos sectores de la sociedad. Como si actuaran a partir de un resentimiento añejo y profundo que proyectan a través de sus palabras y acciones. Un peligroso revanchismo que convierte traumas personales en males sociales.

En ese contexto el cierre de las listas para las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires en septiembre y las nacionales en octubre se ofreció como un bochornoso espectáculo de banalidad política. El Diccionario de la Lengua adjudica a banalidad los siguientes sinónimos: insignificancia, intrascendencia, tontería, bobada, bobería, tontada, trivialidad, memez, futilidad, nimiedad, simpleza, menudencia. A su vez enumera estos antónimos: interés, importancia, trascendencia. Las listas de los rejuntes (ya no hay partidos) que se presentarán en los comicios abundan en los sinónimos referidos y carece de los antónimos, salvo alguna honrosa excepción que intenta hacerse un espacio entre tanta descomposición. Como en un reñidero de gallos o perros, como en una mesa de fulleros, se hicieron componendas y promesas, se negociaron principios, se vendieron libras de carne (sin un asomo de grandeza shakesperiana) y no se dijo una sola palabra sobre las necesidades cada vez mayores y más acuciantes de una ciudadanía que, en un porcentaje creciente, ignora qué se vota y está dispuesto a no acercarse a las urnas. Las encuestas que los candidatos compran como si fueran el espejo de la madrasta de Blancanieves (“tú eres el más bonito”) no dicen cuál será el porcentaje de ausentismo, pero es probable que ronde el 50%, como en las recientes elecciones ya realizadas. ¿Por qué habrían de interesarse los ausentes en participar del festín de los asesinos de la política, de esos feriantes de vanidades y ambiciones turbias que muestran absoluta indiferencia por aquellos de quienes esperan votos? Por ese camino, el de una democracia agonizante, las elecciones amenazan convertirse día a día en simples competencias entre creyentes fanatizados. Personajes secundarios de la farándula, el deporte o las redes sociales, familiares que alimentan el nepotismo explícito, influencers con serias limitaciones expresivas y cognitivas. Estos son algunos de los botones de muestra al final del mercadeo. A ellos la ciudadanía olvidada (el olvido también puede ser insulto) les pagará suculentos sueldos hoy y jugosas jubilaciones mañana. Para eso, sí, habrá plata.

(*) Escritor y periodista

© Perfil.com

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