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sábado, 17 de noviembre de 2012

Batallas en la oscuridad

Por Roberto García
Hierve el Gobierno. Si Cristina nunca se mostrará sin maquillaje, menos reconocerá en público –por ejemplo– que ha fracasado en materia energética. Sea por una testarudez habitual atribuida a las damas o a la inconveniencia política que supone la confesión de un fracaso. Pero el derrumbe accionario de YPF (ya llegó asombrosamente a un dígito su cotización) y el último sospechoso apagón han sido las gotas que rebasaron un vaso cargado de errores caprichosos y determinaron que Ella convocara en Olivos a ese staff inestable, poco competente y enfrentado, al que se ha negado a cambiar por una personal ley de entrecasa: si echo a alguien, van a pensar que el modelo estaba equivocado (palabras de un ministro, no del cronista).

Tensos, estaban el presunto mago Miguel Galuccio, quien no consiguió una moneda ni un socio para YPF y cuyos planes de autoabastecimiento se parecen más a una inundación que a un ejercicio de recuperación petrolera; el intrigante Julio De Vido, que sólo repite “yo ya lo había dicho” mientras se postula para jefe de Gabinete; el experimental y decepcionante Axel Kicillof, que no sabe cómo se enchufan los acondicionadores de aire, y el ahora cada vez más deprimido y afónico Guillermo Moreno, un as de cartón según el tango. Cumbre entonces de un cuarteto de estrellas devaluadas –más otras de menor rango– que, trasladando responsabilidades y utilizando los medios amigos para difamarse, han horadado fiscalmente al país por las necesidades de importación de fluidos y, lo que es peor, no ofrecen certezas para impedir el advenimiento de nuevas catástrofes (para colmo, sigue sin agua el Comahue y las turbinas de Yacyretá manifiestan problemas). Se puede entender lo del maquillaje perpetuo en una mujer estéticamente orgullosa de su figura, no tanto su persistente orfandad para esquivar los colapsos energéticos.

Hablan de enroques, de modificaciones, de la creación de un ministerio específico y hasta de una reversión en la política con España –ya anticipada en Madrid por los funcionarios peninsulares– que, luego de los desaires tras la nacionalización de YPF, ahora ingresaría en un capítulo de prudente negociación para facilitar el llamado a inversores. “Estamos de acuerdo en buscar un acuerdo”, le habrían confiado en lenguaje alambicado al embajador Carlos Bettini, sorprendido y hasta hace quince días algo deshauciado para penetrar la cerrazón cristinista, quizá porque algunos lo imaginan más representante de la Corona ante Buenos Aires que de Buenos Aires ante el gobierno de Mariano Rajoy (con quien, trascendió, la Presidenta tuvo extrañamente un amable diálogo luego de desertar de una convocatoria hispana en Cádiz por “razones de salud” y, quizá, para no tropezar con Antoni Brufau. Pero nadie aún sabe si la buena onda con España en materia de comunicaciones, sancionada en la última conferencia de prensa de Martín Sabbatella a favor de Telefónica –y ruidosamente festejada por la empresa luego del breve paso por la Capital del titular de la compañía, César Alierta–, se extenderá finalmente a la petrolera Repsol, cuya apropiación al menos hoy es parcialmente revisada en la cabeza del oficialismo, lo que no quiere decir que haya arrepentimiento.

Ya que en apariencia, más allá de reuniones urgentes y angustiosas en Olivos, al Gobierno lo inquieta mucho más lo que realizará el 7D contra Clarín que el hundimiento de la estructura energética en todo el país. Como si la prioridad argentina pasara por una porción del mercado mediático y su influencia consecuente y fuese, claro, más vital que eventuales cortes de luz, el desabastecimiento industrial o el pago contante y sonante por energía importada que la Nación podría producir. No en vano, para avalar este juicio, se citó para el martes próximo a los embajadores acreditados en el país –a los mismos que la mandataria y su extinto marido no recibieron nunca en la presentación de cartas credenciales– con el objetivo de explicarles la naturaleza de la Ley de Medios, la fecha tope de diciembre, su aplicación y las decisiones traumáticas a ejecutarse desde ese día que, según la versión oficial, para nada implican una restricción al ejercicio de la libertad de prensa. Curiosa esta convocatoria de Héctor Timerman como intermediario de Cristina: no reconoce antecedentes y le otorga, por su excepcionalidad, una magnitud novedosa como medida oficial. A nadie se le ocurrió que una llamada de esas características, más que hablar sobre tele, radios y periodistas disolventes, convendría hacerla sobre el dramático agujero negro de gas, electricidad y petróleo. O sobre la inflación o el eventual default técnico que puede afectar al país en los próximos días por decisión de un juez norteamericano.

Pero no es casual este pensamiento de clase media sobre la importancia de cualquier acto individual, de alguien que se reconoce en ese sector (aunque su patrimonio podría desmentirlo) y que obtuvo 54% de los votos, el año pasado, gracias al apoyo de esa franja. Compite, claro, con quien domina el reino comunicacional de la clase media, sea con el matutino más vendido o la red de medios que apuntan en la misma dirección. Son ciertamente iguales, de ahí que antes fueran íntimos, socios. Y en la batalla del 7D, para cerrar una nota con semejanzas históricas, también priva reiterar un recuerdo: en el siglo pasado, los dos jefes más populares de la política, Yirigoyen y Perón, creadores a su modo de la clase media, se distinguieron por caminos diferentes para cautivar a ese bloque social: uno por la mudez, el silencio, el retraimiento, la falta de discursos –ni cuartillas pueden hacerse con los testimonios públicos del radical–, mientras el otro privilegió la exagerada utilización oral, la apelación constante a exhibirse en el balcón, nutriente de enciclopedias personales con sus mensajes, casi un charlatán si uno no se refiere a los contenidos. En esta parte del XXI, a su vez, se repite por otras razones la distinción de otras dos partes que a su modo seducen o sedujeron a la clase media: uno, Héctor Magnetto, zar del Grupo Clarín, no puede hablar por una operación y, si lo hace, se vuelve tortuosa la comprensión, está inhabilitado para la aparición pública; mientras la otra, Cristina, star exclusiva de la cadena oficial, se excede en las actuaciones y agobia con una catilinaria que en honor a su narcisismo convierte en sagrada la palabra y en histórico un simple buenos días.

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